Detrás
de un poema se esconde la intimidad del escritor. Un poema concentra en sí toda
la precisión del arte de la escritura; el arte más difícil, pero una vez
logrado, es el que aporta la mayor de
las satisfacciones. Detrás viene el cuento: directo, sin artificios ni
personajes secundarios. Por último, nace la novela, cuanto más larga, más
oportunidades da al lector para ese regocijo, casi egoísta, del deleite
literario.
De
la novela, a veces, brotan personajes tiernos, de los que el autor y el lector
se enamoran. La recreación de las fantasías del autor no solo cobra vida sino
que se hace la encontradiza en la vida real. El mundo de lo imaginario, cuando
está bien inventado, se le ve después surgir en la realidad. La novela se puebla
de personajes – personas reales cuando el escritor hace su oficio –, de héroes
y antihéroes, donde el personaje que todos deberían olvidar cobra vida y
concentra en sí toda atención; el antihéroe permanece en la memoria del lector,
donde gozará para siempre de cierta inmunidad ante la crítica.
El
autor experto oye a sus personajes porque sabe escuchar, unos y otros pasan de
la vida al papel hablando como hablan, volcando sus sentimientos como los
expresan en la vida. No importa cómo lo hagan, puesto que el habla es
cambiante, pero ahí está el escritor, oyendo a todos, sin permitir que la
narración se contagie de las formas pasajeras del diálogo. Su inspiración es el
entorno y su fermento, la buena cultura.
El
lector inexperto, lego en el arte de escuchar – más aún si es contemporáneo –,
hijo de la adrenalina mediática, debe luchar contra la falta de silencio
interior y exterior. El silencio es creador, una vuelta sobre sí mismo; el
principio del aprendizaje. La sociedad del ruido necesita ruido en sus lecturas
y no lo encuentra porque los libros nunca lo han incorporado, por eso, para
muchos, los libros son un fardo pesado. El primer paso para hacerle frente a
ese horror es aprovechar la vida para poblar la inteligencia, aprovechar el
tiempo para educar el gusto, leer, disfrutar de la música, empaparse de nuestra
cultura.
De
los grandes hay poco que decir y mucho que imitar. La literatura europea no
está en su mejor momento y los que parecen grandes no lo son. De Francia, nada;
de España, poco, tal vez Inglaterra. Mucho mercadeo, pero ínfima calidad,
premios artificiales y agentes literarios. Destaca alguna figura ecléctica, de
entre ellas, Ishiguro, y no todo. Se vuelve a los de siempre: Kipling tiene un
lugar de honor junto a los clásicos, maestro de la técnica y del cuento. Sobre
todo, por detrás de la admiración, llama la atención la sencillez del escritor activo
para reconocerse discípulo de los que gozaron de la gloria.
La
conversación se podría haber extendido mucho más. He tenido el privilegio de
estar dos horas con una dama de las letras españolas, Blanca García-Valdecasas,
aprendiendo, sin decir nada porque me lo impedía la admiración, pero teniendo
con ella un auténtico diálogo interior donde han sobrado mis palabras y han
brillado las suyas.
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario Villanueva.
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