Dios y el sufrimiento

En la primera Encíclica del Papa Francisco, hablando de la fe, recuerda con sencillez una verdad que afecta a la vida de todos los cristianos de todos los tiempos: “Cada época puede encontrar algunos puntos más fáciles o difíciles de aceptar: por eso es importante vigilar para que se transmita todo el depósito de la fe (cfr. 1 Tim 6,20), para que se insista oportunamente en todos los aspectos de la confesión de fe” (Papa Francisco, 2013: n.48).

 Evidentemente, el problema del sufrimiento es hoy día clave. Ante el misterio del mal físico o moral la filosofía tiene argumentos como es la felicidad consecuente del que cumple la voluntad de Dios y la seguridad de que sus obras serán reconocidas y que la verdad acabará imponiéndose. Pero es una respuesta insuficiente. Como afirmaba Possenti: “La pregunta no es por qué existe el mal, sino por qué Dios ha creado”. La respuesta sólo puede descender de Dios, y Él nos la ha hecho vislumbrar. Pero el heraldo que nos la anuncia no es la razón, sino la revelación (Possenti, 1997: 11)

            De ahí que negar a Dios no mejore la situación: “La negación de Dios se alimenta de la protesta que ante él opone el enigma del mal; sin embargo, semejante enigma no avanza lo más mínimo, sino todo lo contrario, con la negación de Dios. Sin Él no se explica el sufrimiento, no son derrotados ni el dolor, ni el mal, más aún, se pierde toda esperanza de una victoria final sobre ellos” (Possenti, 1997: 12).

            Evidentemente, no se trata de defender a Dios por el escándalo del mal, sino de pedir luces a Dios para comprender el sentido del mal y, con su ayuda, luchar por ahogar el mal en abundancia de bien.

            También hay que escuchar el sufrimiento humano, pero también la realidad de las cosas: la verdad del ser. Sin mirar a la cara no se solventa el problema y negar su existencia tampoco. Desde Auschwitz es imposible no pensar en el problema del mal. Es imposible entender el mysterium iniquitatis sin hacer intervenir la redención (cfr. Possenti, 1997: 23). “El abismo del mal remite inefablemente al del bien” (Possenti, 1997: 23).

Así pues, este problema sigue siendo hoy un interrogante de nuestra cultura. El paso de la filosofía a la teología y, sobre todo, el encuentro personal con Jesucristo mediante el don de la fe podrá dar más luz, como ha resaltado el Papa Francisco cuando en su Encíclica sobre la fe al abordar el problema del sufrimiento humano comenzaba por reconocer que “hablar de fe comporta, a menudo, hablar también de pruebas dolorosas”, y añade después: “El cristiano sabe que siempre habrá sufrimiento, pero que le puede dar sentido, puede convertirlo en acto de amor, de entrega confiada en las manos de Dios, que no nos abandona y, de este modo, puede constituir una etapa de crecimiento en la fe y en el amor. Viendo la unión de Cristo con el Padre, incluso en el momento de mayor sufrimiento en la cruz (cfr. Mc 15,34), el cristiano aprende a participar en la misma mirada de Cristo. Incluso la muerte queda iluminada y puede ser vivida como la última llamada de la fe, el último «sal de tu tierra», el último «Ven», pronunciado por el Padre, en cuyas manos nos ponemos con la confianza de que nos sostendrá incluso en el paso definitivo” (Papa Francisco, 2013: n.56).

 

 

                                                                                                                                                                                                                                 José Carlos Martín de la Hoz

 

PAPA FRANCISCO. (2013), Encíclica Lumen fidei, Roma.

POSSENTI, V. (1997), Dios y el mal, Madrid: Rialp.