Dios y los hijos

Don Jesús Urteaga, sacerdote, publicó en 1960 el libro Dios y los hijos. Recuerdo a mi padre leyéndolo en la Iglesia antes de Misa. El autor cita el salmo 127:

"Don de Yavhé son los hijos/
Merced suya el fruto del vientre.
Lo que las saetas en manos del guerrero/
son los hijos de la flor de los años.
¡Bienaventurados los que tienen su aljaba llena de ellos!
No serán confundidos/
cuando litiguen en la puerta con su adversario"

El poema nos recuerda que los hijos no son solo biología, sino también un regalo de Dios, un don espiritual dirigido a dar sentido a las vidas de hombres y mujeres; y no solo a los creyentes sino a todos, sin distinción de raza o de religión. Dios hace a cada pareja un regalo, un capital biológico, los llamados derechos reproductivos que dicen ahora los cursis y llegará el momento en el que pedirá cuentas a cada uno sobre si los ha usado con responsabilidad y amor.

Insiste el salmista: "Lo que las saetas en manos del guerrero/ son los hijos de la flor de los años". La flor de los años es la juventud del hombre y de la mujer, ¿qué pasa entonces con la costumbre actual de retrasar la procreación según aquel tópico de que "primero tienen que disfrutar"? Como las vírgenes necias del Evangelio (Mateo, 25) retrasan recibir el don de Dios y cuando ya casi no hay aceite en las lámparas ni fecundidad en los cuerpos vienen las prisas, los tratamientos de fertilidad, las inseminaciones o la necesidad de adoptar.

Jesús, en el Padre nuestro, nos enseñó a llamar padre a Dios y él mismo se complacía en llamarse a sí mismo hijo del hombre. Tiene que haber un misterio escondido en la paternidad y filiación para que Dios quiera que le llamemos y consideremos padre. La relación paterno-filial es el lugar adecuado para vivir determinadas virtudes humanas y religiosas; para los padres la pobreza, generosidad y frecuentemente el perdón; por parte de los hijos la obediencia, la responsabilidad y la necesidad de entregarse y compartir.

De la maternidad hay que destacar el amor, que está por encima de todas las demás virtudes. El profeta Isaías escribía al pueblo judío de parte de Dios: "¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidase Yo no me olvidaría de tí" (Isaías, 49,15). Tenemos un Dios que es padre y es madre. En ocasiones he pensado si no tendremos, cada uno, la idea de Dios que hemos tenido de nuestros padres en la tierra; si nuestro padre era autoritario corremos el peligro de pensar que Dios va a ser igualmente duro con nosotros, y si se desentendía un tanto de la familia creer que a Dios tampoco le importamos demasiado.

El diablo, que está más activo que nunca, hace todo lo posible por apartarnos de las ideas de paternidad y maternidad, Para darse cuenta, basta recordar la rebelión que tuvo lugar en la Iglesia y en la sociedad cuando el papa Pablo VI, en la encíclica Humanae Vitae, indicó a los católicos que no les está permitido utilizar los medios anticonceptivos artificiales para distanciar los embarazos. Una gran carcajada se escuchó, era Satanás que quería hacer olvidar a los hombres lo que Dios espera de ellos, aquí y en la eternidad.

Juan Ignacio Encabo Balbín