En el interesante trabajo interdisciplinar coordinado por Sergio Sánchez-Migallón y José Manuel Giménez Amaya, acerca de “la fe en la universidad”, celebrado en Pamplona, en la sede de la Universidad de Navarra, en el año 2013, intervinieron ponentes de gran altura, además de los ya mencionados, como los profesores Luis Romera, Leonardo Rodríguez Dupla e Ignacio López Goñi.
En primer lugar, llama la atención que las actas de esta Reunión comiencen por hablar de los orígenes históricos de las Universidades europeas y, por tanto, de las raíces cristianas con las que nacieron: libertad, autonomía, búsqueda de la verdad, respeto por la dignidad de la persona humana (17), es decir, formar personas libres que conozcan y traten con el Creador del mundo que ha puesto en sus manos: “ser persona de modo más pleno” (23).
Indudablemente la armonía entre fe y razón, fe y ciencia, fe y fe y derecho, teología y filosofía, han sido un esfuerzo constante en la sabiduría universitaria desde sus orígenes en el siglo XIII, hasta bien entrado el siglo XVII, cuando se produjeron las sucesivas rupturas y, consecuentemente, la atomización o especialización que padece desde entonces el quehacer universitario.
Evidentemente, lo más duro que sucedió desde Descartes fue la aparición del inmanentismo, el racionalismo cartesiano, que condujo a una abrupta separación de fe y razón, dejando como afirmaba Ratzinger, siglo a siglo, un futuro sombrío: “El verdadero problema, el problema más grave de este momento reside precisamente en el desequilibrio entre posibilidades técnicas y energía moral” (32).
En verdad, nos recordarán las Actas siguiendo a Aristóteles: “el sabio no es tal por poseer la ciencia de todo según un saber enciclopédico, sino porque se adentra en la esencia de los problemas y desde su esfuerzo por profundizar, se eleva a una perspectiva más rica que permite entender con mayor alcance” (20).
En ese marco sapiencial, la teología, la revelación y la fe, son perspectivas profundas e iluminadoras de la mente y del corazón de hombre, de ahí que las Actas del coloquio que comentamos, señalen: “El intelectual podrá colaborar en el crecimiento de las personas y en la edificación de la sociedad si consigue conectar los problemas que surgen con una visión íntegra del ser humano y de la sociedad, de su identidad y teleología” (35).
No podemos terminar estas breves líneas sin referirnos a la interesante referencia de estas actas a un texto capital del Concilio Vaticano II, citado muchas veces por san Juan Pablo II, que resume magníficamente el tema y los objetivos de la Reunión científica que estamos recordando: “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Porque Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación” (Gaudium et spes, n. 22),
José Carlos Martín de la Hoz
Sergio Sánchez-Migallón y José Manuel Giménez Amaya (eds), La fe en la universidad, ediciones eunsa, Pamplona 2013, 95 pp.