Con este sugerente título y con el sugerente diseño de la portada, la ensayista e historiadora norteamericana, Rebbeca Solnit (1961) ha redactado un libro sencillo, breve, delicioso, acerca de una verdadera guía sobre el arte de perderse, que parece remedar a las obras de Baltasar Gracián sobre la prudencia y sobre la capacidad de hacer y desaparecer.
No es habitual leer libros sobre la materia de la prudencia y, en general, sobre el arte de vivir bien, pues parece como si el jesuita aragonés lo hubiera dicho ya todo en su magistral obra el Criticón, pero eso no es cierto nunca completamente cierto, pues la capacidad del hombre de abstraerse, de meterse en el verdadero mundo que le es propio; el de la sabiduría, la contemplación, el ver más allá, hace que siempre se puede volver sobre materia tan delicada: “el perderse”, en palabras de Walter Benjamin (10).
Son muy interesantes los primeros capítulos, siempre en color azul, donde la autora se recrea fantásticamente en los pasajes normales de la vida, es decir, del “perderse” típicos de su infancia y juventud, donde aparecen el perderse genuino del niño que se bebe la copa de vino y se pierde (7), el bebé que se pierde en el jardín, el niño que se pierde en una excursión campamentaria (12), en las contadas ocasiones en las que el niño abandona el “arresto domiciliario” a que suelen estar habitualmente sometidos y sobre lo que se interroga la autora con gran sentido común (10).
Con una gran viveza nos narra las relaciones entre el bebé y su madre cuando ésta sale de la habitación y “se pierde” para él que llora desconsolado pues la distancia pasa a ser infinita y el tiempo hasta su regreso es “eterno” (35). De hecho, forma parte de la maduración la adquisición de las verdaderas medidas espacio temporales.
Hay varias escenas del perderse tomadas de la historia de América, donde la autora demuestra un amplio conocimiento de la vida y de las aventuras de los descubridores y adelantados, como Alvar Núñez Cabeza de Vaca, el avistador del Pacífico Núñez de Balboa, junto a realidades tan prácticas como la distinción entre la velocidad de las conquistas y, a veces, la superficialidad de los descubrimientos (54).
A mitad de la obra la autora se entretiene con otros estilos de perderse cómo viajes a fincas en el desierto, en una granja, donde puede vivirse junto a tortugas gigantes a la vez que se pasea por el campo hasta perderse en la naturaleza o gozar de unos estratos geológicos.
Asimismo, nos anima a perdernos en el mundo del cine y de la literatura, no limitándose al visionado rápido de una película sino meterse en el mundo del arte, de la armonía de las artes, de modo que los trascendentales pueden embriagar de verdad el alma y hacerla “perderse” de preocupaciones sencillas pero absorbentes (116 y ss.). Lógicamente, en el desarrollo de las diversas cuestiones la autora actúa según la cultura americana, como por ejemplo las organizaciones próximas a la masonería como son los rosacrucianos, que diferente entre Europa y América y aun dentro de los países de Europa (122).
José Carlos Martín de la Hoz
Rebecca Solnit, Una guía sobre el arte de perderse, ediciones Capitán swing, Madrid 2020, 166 pp.