Habría que distinguir entre el ateismo militante y el agnosticismo
vergonzante. Por una parte están aquellos que plantean la fe cristiana a la
carta, quitando de aquí y de allá a su gusto. Como no creen en la Revelación,
ni en la perennidad del Evangelio, organizan un cristianismo a su medida. Ellos
deciden lo que hay de válido y lo que es obsoleto. Así acaban viviendo en una vaga idea del
cristianismo, en un agnosticismo vergonzante.
Frente a esa opción, hay otra muy natural, que es la de
creer en el Evangelio de Jesucristo, porque, además de tener fe, son muchos los
datos de la existencia de Dios y de ejemplos de coherencia y de veracidad de
tantos cristianos a lo largo de la historia, y además, porque es grande el ansia de trascendencia del corazón
humano. Ahí está para explicitarlo el libro de Alejandro Llano, En busca de la trascendencia. Encontrar a Dios
en el mundo actual (Ariel, 2007)
Por otra parte está el
ateismo radical, que es el sufrimiento máximo, la prueba más cruel: los
hombres sin Dios. Un ejemplo ilustrativo de ese planteamiento es el libro de Fernando
Savater sobre
la vida eterna (Ariel, 2007).
Como señala Juan Arana en un espléndido artículo
publicado en Nueva Revista, de junio 2007, desde hace muchos años en el mundo
intelectual las facilidades las han tenido los agnósticos. Y desde luego el
proceso inquisitorial como persecución de ideas, desde hace muchos lustros está
en sus manos.
Al ateismo militante les frustra comprobar que todavía
parte del mundo sigue creyendo en Dios, y ha resuelto el problema de la
eternidad, esperando un más allá. Debe ser duro para un ateo comprobar que personas
de la misma generación, de todos los países y culturas siguen hablando con
Dios, viven en esa felicidad: Dios sigue siendo capaz de llenar de felicidad la
vida de muchas mujeres y hombres, también en el primer mundo. Por eso resalta
Arana que a Savater "lo que le subleva es cualquier
concesión a la razón de los que pretenden retener la fe en Dios". Y parece no haber
nada más duro para Savater que el Papa Benedicto XVI
predicando la conciliación entre fe y razón.
La intolerancia y la soberbia no corresponden con el afán
de búsqueda de la verdad al que todos tendemos de modo natural. Por eso se le
debe pedir al ateismo militante como al creyente practicante, el cierre de
campañas denigratorias, el esfuerzo para confiar unos en otros. Sin confianza
no es posible construir una sociedad enriquecedora para todos.
Precisamente el amor a la verdad y a la coherencia que
está detrás del cristianismo constituye un reto para los cristianos de todos
los tiempos, como para lo ateos de todos los tiempos. Una vida vale la pena ser
vivida cuando se adentra en esa búsqueda. Sobre ese modo apasionado de búsqueda
nos encontraremos siempre y dialogaremos siempre.
José Carlos Martín de la Hoz
Para leer más:
Juan Arana, Dos libros
recientes sobre Dios y la religión, en Nueva Revista, nº 111, junio 2007,
pp.92-111.
Alejandro Llano, En busca
de la trascendencia, Ariel 2007
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=5776
Fernando Savater, La vida
eterna, Ariel 2007
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=6414
Joseph Ratzinger, El fin
de los tiempos, Trotta 2001
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=3395
Ángel Cabrero, Vivir sin Dios,
Rialp 2003
http://www.clubdellector.com/fichalibro.php?idlibro=1356