El arabista Emilio Tornero ha tenido el acierto de reeditar la famosa obra El filósofo autodidacta del pensador andalusí Ibn Tufayl. Hay que situarse en el siglo XII en plena dominación almohade de Al-Ándalus para entender este precioso trabajo.
En esta obra Ibn Tufayl narra la vida de Hayy, un bebé que llega a una isla solitaria y abandonada donde crece con la ayuda de una gacela que había perdido a su cachorro y que se hará cargo de su manutención hasta su propia muerte.
Poco a poco Hayy, según nos describe Ibn Tufayl, va entendiendo el mundo y conociendo, por sí mismo, las cosas materiales hasta llegar a las espirituales y, finalmente, a Dios. Con destreza y gracia el autor realiza una exposición de la teoría del conocimiento de Aristóteles, según Avicena, hasta llegar al conocimiento de Dios y de sus atributos.
El recorrido tiene cierto sabor panteísta y quedará corto respecto a otros análisis posteriores, sobre todo los realizados por Santo Tomás en el siglo XIII, pero se lee todavía con gusto y atención. Es interesante descubrir la intencionalidad de la obra como un intento como de unión entre el Corán y la filosofía griega. En ese sentido la intencionalidad de unir fe y razón resulta evidente.
En la segunda parte del trabajo, se propone explicar cómo la filosofía y la mística sufí no son un objetivo para la masa de los creyentes. Por una parte, marcará claramente la diferencia entre la sabiduría del filósofo y del santo. "Los santos conocen las mismas cosas con una mayor claridad y delectación" (p. 35).
Por otra, al narrar la visita de Hayy a una población civilizada y relatar el escaso eco de la explicación del camino hacia lo sublime ante la mayoría de los hombres, y sobre todo entre los gobernantes, le llevará a exclamar: "comprendió la naturaleza de los hombres, que la mayor parte de ellos son como bestias irracionales, conoció que la sabiduría toda, la dirección y la confianza están en lo que los profetas han hablado y la ley contiene, y nada es posible fuera de esto, ni nada se le puede aumentar; pues para cada acción hay hombres y cada cuales más apto para lo que fue creado" (p.112). Y, poco después, añadirá que: "llevándolos al plano elevado de la especulación, se turbarían vehementísimamente, sin poder conseguir, no obstante, el grado de los bienaventurados, se agitarían de un lado para otro, estarían trastornados y tendrían un mal fin; mientras que, si perseveraban en su estado actual hasta la muerte, alcanzarían la salvación y serían colocados a la derecha" (pp.112-113).
Es interesante descubrir que Ibn Tufayl por una parte mezcla el plano natural y el sobrenatural y, por tanto, presenta a la vez el camino hacia Dios según la filosofía con el planteamiento místico musulmán centrado en el aquietamiento de las pasiones para elevar el alma hacia la contemplación de la verdad, sin contar en todo momento con la gracia de Dios y la correspondencia humana.
Por otra parte, el camino de la oración expuesto por Ibn Tufayl quedaría truncado para la masa de los creyentes y reducido a una oración de admiración, sin dar paso a la conversación confiada, pues adolece de la imitación de la oración de Cristo, que no es recogida en plenitud en el Corán.
El término Autodidacta al comienzo del libro significa sin la ayuda de un maestro, y en realidad este es el tema problemático del trabajo: contar con el Maestro interior es la clave de la cuestión y lo que diferenciará para siempre la mística sufí y la mística cristiana.
También son duras las palabras dirigidas al común de los hombres que prefieren una vida mediocre a la contemplación de Dios (p.113), que contrastan con la llamada que la Iglesia Católica realiza, por ejemplo, en el Catecismo de la Iglesia Católica, cuando en la parte final, sobre la oración recuerda a todos los hombres que están invitados a la contemplación de Dios.
José Carlos Martín de la Hoz
Ibn Tufail, El filósofo autodidacta, ed. Trotta, Madrid 2003, 114 pp.