El cisma de oriente, como el cisma de occidente u otros diversos cismas que se han producido a lo largo de la historia se deben a problemas de desconfianza. De hecho, en la figura jurídica del cisma tal y como queda reflejada en el Código de Derecho Canónico, no se niega dogmáticamente ninguna verdad revelada, incluso la del poder magisterial del Romano Pontífice, sino que se establece una relación de desconfianza con él.
En el caso del primer Cisma con la denominada Iglesia Ortodoxa, comenzó con una excomunión mutua por ambas partes en 1054 entre el Patriarca Miguel Cerulario y el santo Padre León IX, depositada en el altar de Santa Sofía en Constantinopla y se basaba y se basa en la actualidad, en unas excusas formales acerca de “el Filioque” del Símbolo, la fecha de la Pascua y el modo del ejercicio del Ministerio Petrino, que ocultaban realidades más profundas y hondas heridas: la desconfianza inveterada de ambos pueblos desde los tiempos de la división del imperio romano en Oriente y Occidente.
Lógicamente, esas desconfianzas no han hecho más que aumentar con el paso del tiempo y añadirse a otros agravios como la desigualdad económica y social y política, falta de democracia y derechos humanos y un largo etcétera de quejas y malentendidos. El último de los desencuentros ha sido la guerra de Ucrania ante la que el Patriarcado de Moscú se ha posicionado a favor de las posiciones de Putin frente a todo el Occidente cristiano.
Es interesante caer en la cuenta que en posiciones cismáticas cabe la gracia de los sacramentos, instrumentos de salvación y, en principio, se salvaguarda la validez del Credo o Símbolo de los Apóstoles, la tradición apostólica y el bautismo, la Santa Misa y, mientras no se cambien sustancialmente los rituales, la apostolicidad de los sacerdotes y obispos.
Conviene recordar que para llegar a la plena unión es preciso la humildad y el perdón por ambas partes y un vivo deseo de catolicidad y de unidad y comunión. De ahí que el trabajo ecuménico vaya encaminado en dos direcciones. La primera el trabajar juntos por la caridad de modo que sea más fácil quererse y comprenderse para poder llegar a entenderse.
En segundo lugar, el Santo Padre Juan Pablo II ha planteado en la Encíclica “ut unum sint” un camino muy interesante para el diálogo ecuménico: meditar por parte de ambas partes, cristianos y ortodoxos, acerca del ejercicio del ministerio petrino durante el primer milenio.
Corolario de lo anterior sería la reciente recuperación que está efectuando la Iglesia Católica del sentido de sinodalidad, es decir pedir a todos los cristianos que metan el hombro y aporten ideas, algo tan querido y valorado por la Iglesia Ortodoxa y tan en decadencia habitual por parte de la Iglesia católica hasta nuestros días en los que el Santo Padre Francisco está poniendo tanto interés con la celebración de dos Sínodo de los Sínodos.
José Carlos Martín de la Hoz