Lo más grande que puede hacer el hombre es dar gloria a Dios. El pecado más grave y generalizado en nuestra sociedad es la impiedad. Hay muchos que no viven su fe, y los que la viven lo hacen de modo tibio, y se olvidan de lo importante. Les ocurre como ya pasó con los israelitas, que oyeron las reprimendas de Yahvé a través de los profetas, porque adoraban a los ídolos. “Yo, Yahveh, soy tu Dios, que te he sacado del país de Egipto, de la casa de servidumbre. No habrá para ti otros dioses delante de mí” (Ex 20, 2). Quizá ahora habría que insistir más en lo esencial.
Y uno de esos aspectos centrales en la vida del hombre, en su relación con Dios en la celebración del día del Señor. El Señor dice a Israel: “Recuerda el día del sábado para santificarlo. Seis días trabajarás y harás todos tus trabajos, pero el día séptimo es día de descanso para Yahveh, tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu ganado, ni el forastero que habita en tu ciudad”. Y desde los primeros tiempos del cristianismo se vivió ese mismo mandato en el dies Dominica, el día dedicado a Dios.
Muchos lo olvidan. Es día de descanso, más o menos como lo es el sábado, pero no es un día para Dios. Lo ha recordado el Papa recientemente: “El domingo es el día de la Resurrección, el «primer día» de la nueva creación, cuya primicia es la humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda la realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en Dios». De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del descanso y de la fiesta" (Laudato sí, 237).
El descanso y la fiesta. Y dentro de esa fiesta, que es volver a Dios, el cristiano centra el día en la Eucaristía, que celebra la Pascua, la muerte y resurrección de Jesucristo, como una repetición del gran domingo de Pascua, el día de la victoria del Señor sobre el pecado. Pero para muchos cristianos la misa es rito y obligación. No saben dirigir su alma a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, que se acercan a cada uno en ese momento esencial que es la renovación del Sacrificio único de la Cruz. Dice el Papa Francisco: “El domingo, la participación en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así como el sábado judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo (Laudato sí, 237).
¿Por qué hay tanto desconocimiento sobre lo esencial? ¿Cómo es posible que tantos que se consideran católicos tengan en tan poca estima la celebración dominical? “Por una parte, no hemos logrado (o mejor dicho: ¡no todavía!), eliminar esta noción de ‘día de fiesta’ o ‘día sagrado’ de nuestra cultura, lo cual demuestra la tenaz persistencia de nuestra tradición occidental. Por otra parte, esta noción ha perdido para nosotros, en general, su transparencia, su profundidad y su incuestionable sentido interno, lo cual refleja también hasta qué punto se ha visto debilitada y amenazada nuestra cosmovisión occidental. Un día sagrado, un día de fiesta… ¿qué es esto, en cualquier caso, que es lo que significa esencialmente?” (Pieper 2015, p. 14).
Preguntas que deberíamos hacernos con más frecuencia para no perder el sentido sagrado de la vida. Preguntas que nos llevan a reflexionar sobre nuestra esencia, y que nos hacen descubrir hasta qué punto estamos perdiendo el sentido, la dirección de nuestra existencia.
“¿Cómo surge en el corazón del hombre el espíritu celebrativo, cómo puede ser alentado y preservado? ¿Podemos disfrutar de verdad de un día de fiesta, de modo realmente existencial, sin dicho espíritu celebrativo?” (Pieper 2015, p 14). Solo la cercanía de adoración a Dios puede llevarnos a una auténtica alegría en la fiesta.
Ángel Cabrero Ugarte
Papa Francisco, Enc. Laudato sí.
Pieper, J., Solo quien ama canta, Rialp 2015