El dominico belga Servaus Theodore Pinckaers (1925-2008), profesor Ordinario de Teología Moral Fundamental de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo, y uno de los grandes teólogos que renovaron la teología moral a finales del siglo XX, escribió después del Concilio Vaticano II, uno de los grandes manuales que más profundamente aplicaron la doctrina conciliar a la teología moral.
Como podemos observar sólo por el título de la parte tercera del catecismo universal proclamado por san Juan Pablo II, sobre la moral, hay un cambio esencial, pues se la denomina de una manera nueva: “La vida en Cristo”. Es decir, la moral como seguimiento de Cristo, como imitación, como la identificación con Cristo; que en eso consiste esencialmente la llamada universal a la santidad.
En efecto, una de las facetas esenciales de esa moral fundamental atañe a la llamada a la santidad y al seguimiento e imitación de Cristo. Junto a esa llamada universal reclamada en la Constitución Lumen Gentium n. 11, del Concilio, hay una llamada particular a cada hombre, una verdadera vocación específica.
Así pues, Pinckaers se plantea en su moral fundamental la cuestión de la aparente oposición entre celibato y matrimonio. Así como la cuestión de las vocaciones sacerdotales en la Iglesia católica de rito latino, a quienes se les pide que guarden el celibato sacerdotal.
Para responder a esta pregunta, Pinckaers comienza recordando la doctrina común de la Iglesia recordada por el Concilio, acerca de Jesucristo y los apóstoles después de su elección vivieron en celibato apostólico.
Enseguida, recordará que el celibato es un don de Dios que nadie puede atribuirse y que Dios ha concedido a su Iglesia a lo largo de la historia hasta el día de hoy, pues como decía san Juan Pablo II en la Exhortación Pastore dabo vobis, recordando las palabras del Concilio Vaticano II, sobre los sacerdotes en la Iglesia católica, Presbyterorum ordinis: “Dios Nuestro Señor no dejará de enviar pastores a su Iglesia” (n.11).
Enseguida Pinckaers acude a la doctrina de Santo Tomás en la Suma Teológica, como buen dominico, y como doctor perenne de la Iglesia. Lo primero que señala nuestro autor es el marco en el Santo Tomás se plantea el celibato en la Suma teológica, II-II, q.152, a.2. Se trata de una pregunta directa sobre la licitud de la virginidad, teniendo en cuenta el mandato del Génesis: “Creced y multiplicaos” (Gen 1,28).
En el corpus, el Aquinate comienza afirmando que si el hombre se abstiene de los placeres de la carne para facilitar la contemplación de la verdad, obra bien. Y, en la respuesta a la objeción del Génesis mencionada antes, comenta el Doctor Angélico, que la obligación de casarse y tener hijos incumbe a la especie humana, no a cada individuo.
Así pues, señala Pinckaers que la contemplación parece el móvil fundamental propuesto por Santo Tomás, para el celibato, lo cual incluye, según nuestro autor, tanto el trabajo convertido en oración como la misma acción apostólica y de caridad plena en favor de los desfavorecidos (el célibe se preocupa de los asuntos del Señor, como recuerda san Pablo en la primera a los corintios 7,32).
Así pues concluye Pinckaers que no hay oposición entre matrimonio y celibato, sino coordinación para llevar a cabo las dos grandes inclinaciones del hombre: la natural a la procreación y la también natural, más alta, de la procreación espiritual, la contemplación (568).
De todas formas todavía se podría añadir que según el Catecismo de la Iglesia Católica en la parte IV, al hablar de la oración, señala con toda contundencia en el título de la misma: “La llamada universal a la contemplación”. Es decir, que todos los cristianos por el bautismo estamos llamados a la oración y a la contemplación, puesto que la oración es un donde Dios y un combate.
Así pues lo importante es ir a Dios a través de la oración y la contemplación según la voluntad de Dios para cada uno.
José Carlos Martin de la Hoz
Servais Theodore Pinckaers, OP, Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia, ed. Eunsa, Pamplona 1988, 592 pp