El espíritu cristiano

Fulberto Cayré, uno de los grandes autores del siglo XX, dedicados a la Patrística, publicó muchas monografías y estudios de conjunto tanto sobre Patrología como sobre Historia de la Teología.

Desde el ángulo de la Patrología y, en general, de la historia de la Iglesia de los comienzos, quiso contribuir especialmente al desarrollo de un auténtico "espíritu cristiano". Vale la pena releer uno de los escritos más antiguos pero más profundos sobre la mística de los Padres de la Iglesia, donde afirmaba: "En el curso de esta obra hemos visto como enfocaron los Padres esta acción divina en la humanidad y cómo ésta, gracias a Cristo sobre todo y al Espíritu Santo, ha correspondido a sus requerimientos. Las modalidades son variadísimas. Quisiéramos no ya tomarlas en su detalle, sino reducirlas a unidad, insistiendo especialmente sobre el espíritu cristiano. Éste supone la 'razón humana', pero la supera por la cooperación divina. Tampoco se confunda con el Espíritu Santo, que es una Persona divina y trascendente como el Padre y el Hijo, incluso asumiendo en la humanidad renovada por Cristo una alta misión inspiradora y dirigente. El espíritu cristiano supone estos dos elementos y los muestra asociados en el bautizado fiel a la gracia y generoso en el servicio de Dios" (145).

Cayré subrayará una y otra vez cómo los Padres de la Iglesia supieron, a través de la oración y de la intimidad con Dios en los sacramentos, llegar más lejos de lo que la teología o la sabiduría pudieran llevarles: "los primeros escritores cristianos, de los cuales varios habían conocido a san Juan, si no a san Pedro, y se presentan ante nuestros ojos con otra característica esencial: la de testigos del Espíritu Santo en la Iglesia" (8). O por ejemplo Cirilo de Alejandría: “No pudo ser doctor de la encarnación, con la claridad que confirió a su mensaje, más que gracias a una preparación espiritual que el conjunto de su obra doctrinal atestigua” (128).

Es más, para Cayré, los Padres fueron los primeros maestros espirituales de la cristiandad. Lo esencial en ellos era la vida sobrenatural (12).El centro de la predicación eran los dones del Espíritu Santo. Estas reglas, unidas al dogma, pero de alto contenido vital, las relativas a la unión personal con Dios adquirieron un relieve admirable a partir del siglo II y más todavía en los siglos III y IV. La sabiduría es el rasgo más destacado en ellas, implicando ya una verdadera intimidad con Dios, "fruto de un altísimo conocimiento y de un amor ardiente, atribuidos ambos a una acción superior de la gracia” (17).

Por tanto: "El fondo del cristianismo no está en un marco jurídico y social, por necesario que éste sea; ni siquiera está en un código doctrinal, pese a la importancia que para él tengan el dogma y la moral; está en la vida espiritual que se afirma y se dilata en este cuadro y en estas doctrinas, es decir, de hecho, en una caridad viva y vivida" (138).

Es más, en los Padres: “la fe no es más que una base, un punto de apoyo, sin duda esencial, porque nada puede hacerse sin ella, pero insuficiente, porque nada se acaba sin la esperanza y la caridad” (139).

 

José Carlos Martín de la Hoz

F. CAYRÉ, Espirituales y místicos de los primeros tiempos, ed. Casals, Andorra 1958, 158 pp.