Formar parte del jurado de un premio literario no es tarea fácil. Me contó un buen amigo escritor que, en cierta ocasión, estuvo en el jurado de un importante premio de novela. Se leyó las obras finalistas, entre las que el jurado tenía que elegir al ganador, y se formó su parecer. Sin embargo, al reunirse con el resto de miembros del jurado, le sorprendió que algunos no habían leído nada o casi nada y que, de hecho, al saber que él sí lo había hecho, le pidieron que los informara un poco. Al final, se dio cuenta de que la voz cantante la llevba el editor y salió bastante defraudado.
José Julio Perlado cuenta, en Los cuadernos de Miquelrius (Funambulista, 2022) que, en cierta ocasión, le comunicaron que era el ganador de un premio, e incluso le dijeron dónde tenía que situarse en el acto en el que se haría público el fallo del jurado. Sin embargo, lo dieron a otro. Después supo que se trataba del sobrino de un escritor que había ganado el Premio Nobel.
Hace algunos años, me avisaron para que asistiera al fallo de un premio de novela corta, al que me había presentado, porque era uno de los diez finalistas. Lógicamente acudí con ilusión, pero el premio y dos accésits se los dieron a otros autores. Como conocía a uno de los miembros del jurado, lo llamé pasados unos días, para conocer su opinión sobre mi novela. Tras los saludos y mi pregunta, se produjo un incómodo silencio, hasta que el interlocutor se sinceró conmigo: no había leído mi texto, ni él ni los demás miembros del jurado, porque los organizadores les habían dado solo tres novelas, para que otorgaran el premio y los dos accésits. Es decir, que, a los siete finalistas restantes, solo nos llamaron para que hiciéramos bulto.
Con esto, no quiero decir que en todos los premios haya artimañas más o menos patentes. Desde hace muchos años, acudo al fallo del prestigiosos y longevo Premio Adonáis de Poesía, para autores menores de treinta y cinco años. Conozco a los que forman el jurado o que han formado parte de él, personas competentes y honestas. Resulta evidente que en un premio artístico la valoración está sujeta a multitud de cuestiones bastante subjetivas, por lo que es lógico que haya discrepancias y que, al final, se imponga el parecer de la mayoría, que raramente suele ser unánime.
He leído recientemente los poemarios galardonados con el citado premio en 2021: el de la ganadora y los dos accésits. Resulta que a mí me han gustado más los accésits que el libro premiado, porque es evidente que los juicios literarios no se establecen con los criterios de las ciencias experimentales. Se lo comenté a uno de los miembros del jurado y me dijo que opinaba como yo, pero que se había impuesto el parece mayoritario.
Luis Ramoneda
José Julio Perlado cuenta, en Los cuadernos de Miquelrius (Funambulista, 2022)