El escritor y filósofo español Carlos Goñi, ha publicado una magnífica semblanza acerca del pensador del siglo XIX, el danés Soren Kierkegaard (1813-1855), en la que ha conectado con profundidad en la riqueza interior del personaje, no solo en el ámbito filosófico sino teológico y aún místico, por lo que vale la pena detenerse en algunas de las muchas luces aportadas Es muy interesante que Kierkegaard se sintiera llamado a revolucionar y dinamizar el protestantismo danés, precisamente por ser uno de los países en los que el pueblo cristiano se dividió y atomizó, con más vehemencia y rapidez, hasta convertirse en múltiples ramas a la vez.
De acuerdo con las propias anotaciones personales del filósofo, recordemos que el 19 de mayo de 1838 a las diez y media de la mañana, Kierkegaard tuvo el impacto del encuentro con Jesucristo. Recordaba su alegría inmensa, como “un grito desbordante del alma” (23) y a la vez como la mirada profunda de Dios le mostraba su miseria: “Ante el pecado, el individuo se queda «solo ante Dios»: la universalidad de la moral ya no puede ayudarle”.
Estamos ante un hombre formado en el luteranismo, sin sacramentos, sin mediaciones y sin magisterio eclesiástico ni Tradición. Por eso añadirá Goñi: “El hombre religioso, el individuo singular, la excepción ética, ha hecho una elección absoluta por el Absoluto. El norte de su vida es Dios, y su única arma la fe” (90). Indudablemente la caridad está presente y es el Espíritu Santo el que estará promoviendo la vida de oración personal.
Es interesante que, en ese marco, nuestro autor va a situar las obras literarias de Kierkegaard bajo el lema escrito por el propio danés tantas veces de: “el problema de llegar a ser cristiano en la cristiandad” (91). Es más, podemos añadir, a pesar y con la oposición de parte de esa cristiandad de su tiempo, incluso de algunos de los más importantes pastores (136). Indudablemente, hubo de sufrir, en la búsqueda de la plena cristiandad en su interior y en la remoción de las almas de su alrededor, de la incomprensión de los que le denominaban “un pensador irracional” por su oposición al racionalismo y, sobre todo, al idealismo hegeliano tan de moda en ese momento, como de los que le acusaban de promover una fe fundada en el absurdo (103).
El profesor Goñi nos presenta la figura de Kierkegaard al final de su vida acorralado por los ataques de todos, pero convencido de que su radicalidad era una misión divina: “se sintió insultado, agredido, vilipendiado, quizás más de lo que fue realmente, y ese sentimiento de llevar la corona del martirio le dio fuerzas para completar su tarea” (111). La solución final, como era de esperar, no podía ser otra que la caridad: “Las obras del amor” su trabajo de 1847. En él está la explicación del amor a Dios y a los demás como un manantial infinito, porque es Dios mismo: “la criatura humana posee en su interior esa fuente eterna de amor que le fue otorgada en el mismo acto creador, puesto que ese acto es fruto de un amor infinito. La fuente del amor es inagotable, Dios nos está manteniendo continuamente en el ser con su acto amoroso” (113).
José Carlos Martín de la Hoz
Carlos Goñi, El filósofo impertinente. Kierkegaard contra el orden restablecido, ediciones Trotta, Madrid 2013, 176 pp.