El misterio de la Iglesia

 

En la colección de manuales de teología dogmática coordinada por los profesores Auer y Ratzinger, publicada por ediciones Herder en los años ochenta y redactada al calor del reciente Concilio Vaticano II y de la renovación teológica que se estaba viviendo en toda Europa, destaca indudablemente el manual dedicado a la Iglesia firmado por el profesor Johann Auer, ordinario de Dogmática de la Universidad de Múnich, correspondiente al volumen VIII de la colección.

En primer lugar, deseamos detenernos en las abundantes referencias a la eclesiología de Comunión a lo largo de este extenso manual y, sobre todo, pensando que está destinado a alumnos de la teología curricular y, por tanto, que deben asentar los conceptos básicos y fundamentales.

Asimismo, hemos de recordar que el concepto de comunión es un concepto tan querido y, a la vez, tan clave en el desarrollo y aplicación de la Constitución Dogmática Lumen Gentium, una de las columnas vertebrales del Vaticano II y destinado a perdurar como filón teológico durante muchos años, entre otros motivos, porque ya era clave en los Padres Apostólicos de la Iglesia de los primerísimos orígenes del cristianismo y, por tanto, tiene verdadero sabor de “primitiva cristiandad”.

Para centrar todavía más la aportación de este manual deseamos centrarnos en el final del mismo, casi en los últimos capítulos, cuando el profesor Auer se fija en el símbolo de los apóstoles y se detiene a desgranar los dos artículos que van ir intrínsecamente unidos al concepto de eclesiología de comunión y que son, por este mismo orden: “creo en la santa Iglesia, la comunión de los santos…” (Cap. IV, & 17, pp. 447-461).

En efecto, comienza nuestro profesor, recordando que “Iglesia santa” es una afirmación muy querida a los padres apostólicos, como se puede ver en las cartas de San Ignacio de Antioquía (hacia el año 150) y en el hecho de que se llamaran santos unos a otros: “todas iglesias santas y católicas”, puesto que eran santos y pecadores (448).

A la vez la “comunión de los santos” se va definiendo como la unidad de los cristianos que están en el cielo, en el purgatorio y en la tierra (460), a la vez que los teólogos van convergiendo en el catecismo Romano que nos recordará la “Communio sanctorum por los sacramentos y los méritos de la Iglesia entera” (449).

Al profundizar en el concepto de santidad y de comunión aplicada a la Iglesia, comenzará Auer por recordar el texto de Pablo: “sois pueblo santo y familia de Dios” (Ef 2, 22), a lo que completará con el texto de Corintios, aplicado a Cristo cabeza de la Iglesia, los cristianos están “santificados en Cristo y son llamados santos” (1 Cor 1, 2). El camino hacia la santidad es la santificación: “voluntas Dei Sanctificatio vestra” (1 Tes 4,3). La comunión de los santos es “fruto tanto de los santos sacramentos como del amor mutuo” (454). Por tanto nos dirá: “La gran fecundidad de la unión de Cristo con la Iglesia ha encontrado en el concilio su expresión peculiar a definir a la Iglesia como sacramento universal de salvación” (455). Eso es dar “gloria a Dios” (456).

José Carlos Martín de la Hoz

Johann Auer, La Iglesia, Curso de teología dogmática, Tomo VIII, ediciones Herder, Barcelona 1986, 496 pp.