El misterio del pecado

 

Desde hace unos años y, especialmente, tras la celebración del Concilio Vaticano II, se fue produciendo en el seno de la Iglesia católica, un verdadero clamor pidiendo una renovación en la exposición del clarividente y rico mensaje de la teología moral, de modo que fuera más inteligible y captara el interés del hombre de hoy, como ha hecho el papa Francisco.

A ese vivo deseo respondía la extraordinaria encíclica de San Juan Pablo II, del 6 de agosto de 1993; la Veritatis Splendor, una verdadera piedra miliar en la historia de la teología que tardara muchos años en terminar de desgranarse en toda su profundidad y riqueza, tanto de pensamiento como de enseñanza práctica.

De hecho, el profesor belga Servaus Theodore Pinckaers O.P (1925-2008), profesor Ordinario de Teología Moral Fundamental de la Facultad de Teología de la Universidad de Friburgo, y uno de los grandes teólogos que renovaron la teología moral a finales del siglo XX, ya preconizaba en el comienzo de su manual de teología moral fundamental, por una visión optimista del hombre salvado por la Redención de Jesucristo, y de presentar una explicación de cómo es “la gracia, el anuncio de la misericordia, lo que ocupa el puesto central”.

Enseguida Pinckarers, como buen teólogo, añadirá certeramente que: “El Evangelio es la buena nueva de la victoria de la gracia sobre el pecado en Jesús y en todos los que creen en él por el poder del Espíritu” (73).

Es verdad, nos recuerda Pinckaers, con una pizca de ironía y de cierta sorna, que algunos determinados sectores de la Iglesia, en los años inmediatamente siguientes al final del concilio pretendieron crear la confusión y pretendieron “construir una moral sin pecado y desechar el término pecado del vocabulario de la moral.  Se ha criticado ampliamente el sacramento de la Penitencia, incluso ha sido abandonado. Pero cuando miramos a nuestro alrededor no parece que la realidad del pecado haya disminuido sensiblemente en el mundo, que haya menos injusticias, guerras, violencias, robos, fraudes, etc.” (72).

Así pues el consejo del sabio dominico Pinckaers es preclaro y certero: “El teólogo que otorga al pecado más atención que a la gracia se parece a un hombre que desechara la luz para encaminarse más derecho a las tinieblas. La moral cristiana debe, por tanto, tener el afán de manifestar el predominio de la gracia sobre el pecado, poniendo de relieve la obra del Espíritu Santo en la vida de los creyentes” (73).

Terminaremos recordando que sigue siendo válido el sabio consejo del místico del siglo de Oro de las letras castellanas san Juan de la Cruz, como siempre místico y práctico, a la Madre carmelita descalza María de la Encarnación en Segovia, en una carta desde Madrid fechada el 6 de julio de 1591: “Donde no hay amor, pon amor y sacarás amor”, es decir que la mejor manera de combatir el mal es con el bien.

Ahogar el mal en abundancia de bien, afirmará con certeza san Josemaría.

José Carlos Martín de la Hoz

Servais Theodore Pinckaers, OP, Las fuentes de la moral cristiana. Su método, su contenido, su historia, ed. Eunsa, Pamplona 1988, 592 pp.