Se ha publicado recientemente (Rialp, 2021) un librito que incluye dos artículos de Václav Havel, el último presidente de Checoslovaquia y el primero de la República checa. En el primero trata de un asunto, el odio, que estando tan presente en nuestra sociedad parece que no hay mucha necesidad de decir nada, porque estamos al corriente.
Pero creo que estas líneas del político checo invitan a una reflexión. Son una ocasión de volver sobre lo que vemos un día y otro porque merece la pena, de vez en cuando, profundizar en los temas importantes. No deja de ser triste que encontremos tanta gente embargada por el odio. En la vida pública y en la privada y, a veces, en la vida familiar. No nos engañemos, es algo penoso, muy triste, que nos acecha.
“Tal y como las he conocido -dice Havel-, las personas llenas de odio tienen permanentemente el sentimiento de que han sido engañadas, es un sentimiento indestructible profundamente desproporcionado respecto de la realidad. Estas personas parecen querer ser estimadas, respetadas y amadas sin límite, parecen atormentarse sin cesar por el doloroso descubrimiento de que los demás son de una ingratitud y de una injusticia imperdonables, pues no solo no les manifiestan el respeto y el amor que se les debería, sino que incluso les olvidan; esta es al menos su impresión (p. 15).
En realidad, podríamos resumirlo en una palabra: egoísmo. O sea, queda claro que se trata justo de lo contrario del amor. Y lo que está claro es que todos queremos amor. Es un engaño, un engaño fácil desde el momento en que la persona vive encerrada en sí misma. Desde el momento en que se olvida, en el día a día, de la cercanía de Dios. Porque Dios es amor.
“En el subconsciente de los que odian duerme el perverso sentimiento de ser los únicos representantes auténticos de la verdad completa y, por lo tanto, de ser unos superhombres” (p. 15). Se hacen dioses, pero dioses enemigos de Dios, porque el odio es puro egoísmo. Advertimos que esa actitud está muy presente en la sociedad. A todos los niveles y eso en gran medida porque lo que más influye en el ambiente en el que vivimos es el odio instalado en la política.
Vemos las caras, notamos los gestos, leemos sus declaraciones… Son las personas públicas, de las que hemos esperado habitualmente un ejemplo, son ellas las que nos están inyectando el odio a todas horas. Sin duda generalizando, pues no todos son iguales.
“El odio es la cualidad diabólica del ángel caído: es el estado del alma de quien se cree Dios, incluso está seguro de serlo” (p. 16). Esa persona que no está dispuesta a ceder un ápice en sus ideas. Cuántas veces hemos visto esos debates políticos en los que ninguno de los participantes está dispuesto a ceder nada. Solo tienen delante a enemigos. Así es la política hoy en día. Y lo que desprenden es odio.
“El que odia no conoce la sonrisa, sino tan solo el rictus. Incapaz de bromear, se limita a agrias burlas” (p. 18). O sea, lo contrario de la caridad, de la amistad, de la concordia. El odio nos acecha y podemos llegar a acostumbrarnos, nos puede destrozar como el virus. Como si lo normal fuera la crítica descarnada. Entonces solo queda la risotada fría, el rictus, el mal gesto, pero no se percibe una sonrisa franca. Es un desgraciado que no podrá ser feliz nunca.
Ángel Cabrero Ugarte
Václav Havel, Sobre la política y el odio, Rialp 2021