Todos somos lectores. Si nos descuidamos, pasamos tiempo, probablemente más del necesario, leyendo y enviando mensajes. Leemos por motivos de trabajo, por cuestiones administrativas, por enterarnos de lo que pasa en el mundo, etc. El profesor lee para poder formar a sus alumnos, el alumno lo que le dice el profesor para aprender y superar los exámenes, el investigador sobre su especialidad... Son lecturas condicionadas por circunstancias muy concretas. Incluso el crítico está muchas veces sometido a las novedades editoriales, a las conmemoraciones y efemérides… Se trata de textos mejores o peores, que suscitan más o menos interés, pero determinados por las necesidades de cada lector.
Luego está el placer de leer por leer, no sometidos a ninguna obligación, sino al simple deseo de disfrutar leyendo, sea el género que sea: novela, ensayo, historia, teatro, poesía… Aquel libro que nos recomendó un amigo o un buen librero, pero que no logramos encontrar el momento adecuado para afrontar la lectura; un clásico que nos espera quizá desde hace tiempo o incluso la relectura de un texto que nos dejó honda huella en su momento. La lectura sosegada, con horas por delante, incluso apoyada con papel y lápiz, si es necesario; esa lectura que nos conduce a otros tiempos, a otros lugares y escenarios, a conocer otras costumbres, otras ideas, otros mundos reales o ficticios… Son momentos importantes, enriquecedores, relajantes o impactantes según los temas, pero que han merecido la pena.
Pienso que muchos lectores guardaremos en la memoria muy vivas las lecturas de los años de infancia y juventud, sobre todo en verano o en las vacaciones navideñas. La fascinación de las grandes aventuras, cuya lectura no podíamos dejar y que, a veces, causaba pequeños enfados o incomprensiones por parte de los mayores.
Quien no haya pasado por tales trances no sabe lo que se pierde, pero nunca es tarde para experimentarlo.
Luis Ramoneda