El proceso al libro

 

El capítulo introductorio del trabajo de Mathilde Albisson, investigadora de la Universidad Autónoma de Barcelona, está claramente redactado al final de escribir este interesante estudio recopilatorio, pues no guarda relación con la investigación realizada, sino que constituye un fuerte alegato, lleno de ideología, animadversión e inquina contra la Iglesia Católica a la que achaca todos los males de la censura de los libros desde la antigüedad.

Indudablemente, una vez comenzada la obra científica, el tono del libro se modera y adopta un marcado aire intelectual para comentar serenamente la diferencia entre la censura civil de los libros y la censura eclesiástica, la diferencia entre la expurgación de libros que llevaba a cabo la Inquisición después de su publicación y la eliminación de libros que llevaba a cabo el Consejo de Estado antes de la edición, la elaboración de los diversos índices y su promulgación: la legislación canónica y civil.

Evidentemente hay un trabajo de los censores, calificadores y peritos que muchas veces no dominaban la materia y que para salvar la cara y evitar ser a su vez ellos censurados, vertían la sospecha y la animadversión en sus censuras. Este es el peor mal de la censura: provocar la sospecha infundada por encontrar frases o razonamientos novedosos a los que se sospechaba que podrían ser heréticos. Es lo que se llamaba “el sabor a herejía” que podía llevar, por ejemplo, a Melchor Cano, todo un catedrático de la Universidad de Salamanca a perseguir a un hermano de su orden, el dominico Bartolomé de Carranza y arrastrarlo a Roma sospechoso de herejía, derrocado como arzobispo de Toledo y Primado de España, para finalmente ser absuelto por el tribunal de la Inquisición de Roma.

Es interesante que la autora no distinga lo que es una herejía material de la herejía formal, ni tampoco cuando con se tergiversan los dogmas divinamente revelados y contenidos en el Símbolo de los apóstoles o en el Catecismo Romano de san Pío V: cuestión fundamental, pues no era la Iglesia y sus jerarcas sino el pueblo cristiano el que promovía la inclusión de esos libros abiertamente contrarios a la fe de Jesucristo en una lista de obras que podían provocar el enfriamiento en la fe o la ruptura con la Iglesia de los seguidores de esa herejía. En este sentido, ni la censura inquisitorial ni la censura civil afectaban verdaderamente a la creación literaria, teológica, ni jurídica puesto que entonces los monarcas españoles pretendían construir un reino en donde hubiera plena unidad moral, religiosa y jurídica.

Asimismo, la autora refleja la imposibilidad de controlar la entrada y salida de los libros de España en aduanas, puertos, librerías, bibliotecas y colecciones privadas de libros. Los libros llegaban a América, también los prohibidos y expurgados. El único consejo válido acerca de los libros es el que escribió san Basilio en el siglo IV acerca de los libros de la literatura pagana, donde se animaba a los maestros cristianos y a los lectores con fe a separar el trigo de la cizaña, lo acorde con la dignidad de la persona humana y rechazar lo que le alejara de ella.

José Carlos Martín de la Hoz

Mathilde Albisson, El proceso al libro. La censura inquisitorial en la España del siglo XVII.