El raro caso de "El
Manifiesto de las Clases Medias"
Enrique
de Diego es periodista, director del programa A Fondo de Radio Intereconomía,
escritor ocasional de novela histórica, polemista, tertuliano y liberal
combativo. Es esta militancia intelectual la que le ha llevado a escribir "El
Manifiesto de las clases medias", del que se han vendido más de
seis mil ejemplares, más que muchas novelas reconocidas como
éxitos de ventas.
Uno
de los aspectos que más me ha llamado la atención de este
opúsculo ha sido su formato, aparte de consideraciones políticas
en las que no voy a entrar. De Diego ha echado mano, tal vez sin saberlo, de un
subgénero poco conocido en España, pero de larga tradición
en el mundo anglosajón: el panfleto político. En España,
hablar de panfleto es hablar de un escrito propagandístico, sin
interés nada más que para los convencidos, normalmente
demagógico o claramente mentiroso por exceso de apologética. Nada
más lejos de la realidad histórica y literaria. El panfleto
tradicional ha sido un escrito apasionado, breve en extensión, con una
idea principal, sin grandes razonamientos históricos o
filosóficos, pero con denuncias claras y abiertas de una
situación de la que se supone que el público conoce.
Los
primeros panfletos datan del siglo XVI, cuando los partidarios de Lutero
escribían breves obras, a veces solo unas pocas páginas, contra
el Papa o la Iglesia Católica.
Desde 1523 a
1589 se publicaron enormes cantidades de panfletos por ambos bandos hasta que
se prohibieron por edicto imperial. La Inglaterra isabelina también
conoció este género y en el siglo XVII recobró un nuevo
ímpetu con las diatribas entre puritanos y anglicanos, entre partidarios
del Rey y del Parlamento durante la guerra civil inglesa y, posteriormente, a
partir de 1688 supusieron una de las primeras armas políticas donde
destacaron, entre otros, escritores de la talla de Jonathan Swift,
autor de los "Viajes de Gulliver".
Durante
los años previos a la revolución francesa, especialmente durante
la revuelta aristocrática (1787-1788), el panfleto se consideraba como
el medio normal de expresión política, aunque a veces tomaba
tintes más filosóficos o abiertamente revolucionarios. Fue
precisamente la revolución francesa el tema de uno de los panfletos
políticos más importantes de la literatura inglesa Reflections on the Revolution in France de Edmund Burke (1790), considerado como uno de los mejores escritos
políticos de la historia contemporánea. En Inglaterra, el
panfleto fue siempre altamente apreciado y escritores como Bernard
Shaw o políticos como Winston
Churchill expresaron sus ideas mediante panfletos que
ahora reposan en los archivos de la LondonSchool
of Economics, junto con miles de legajos de este
subgénero.
América
también tiene su tradición. En los años inmediatamente
posteriores a la separación de la Corona británica se editaron los ochenta y
cinco Federalist Papers,
ejemplo por excelencia del subgénero, escritos bajo el seudónimo
de "Publius" por John
Jay, Alexander Hamilton y James Madison
(este último llegó a ser el cuarto presidente de los Estados
Unidos) entre 1787 y 1788. En ellos se apoyaba a la Constitución
frente a los Artículos de la Confederación, creando así uno de
los primeros lobbies de la historia. En 1791-1792, el
jacobino americano Thomas Paine publicó Rights of Man, otro de los panfletos que posteriormente
pasaría a la historia literaria americana.
En
el siglo XX, el panfleto, tal vez innecesario frente a otros medios de
expresión, prácticamente desaparece y se reserva a estudios o a
difusión de información, sin ningún carácter
literario.
En
España, el panfleto no tuvo mucha repercusión política.
Los muchos escritores liberales exiliados en la América
hispana o en Inglaterra hicieron uso del subgénero con poco
éxito, aunque algunos de los opúsculos de polémicas
literarias sí lo tuvieron derivando hacia lo satírico, a veces tan
violentamente que Menéndez Pelayo no duda en decir que "más
que en los anales de la literatura, debe figurar en los del pugilato" (Historia de los Heterodoxos Españoles,
vol. 6).
Por
tanto, debo agradecer a Enrique de Diego dos cosas. Primera, que con
valentía denuncie los abusos de poder estatalista como lo hace en su
opúsculo y, segunda, que importe un subgénero dormido y le
dé nuevo vigor.
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario Villanueva
Enrique de Diego:
El Manifiesto de las Clases Medias
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