El reto del sufrimiento humano

 

Decía Boecio en su obra “La consolación de la filosofía” que el problema del mal se asemejaba a la “hidra de las mil cabezas” que “cuando cortabas una, brotaban tres”. Es interesante que el problema del mal siga preocupando a los hombres y, especialmente, a los creyentes, pues, en definitiva, se trata de compaginar en Dios el atributo de la omnipotencia con la divina misericordia.

En efecto, en la vida de los hombres existen dos tipos de mal: uno el mal físico y otro el mal moral. En realidad, el mal moral es el verdadero y único mal, objeto de estudio y de investigación. Tanto las enfermedades como los cataclismos naturales corresponden a las leyes de la naturaleza. Realmente, es necesario tener paciencia para conocer mejor el mundo en que vivimos.

El verdadero problema está en el mal del pecado y del instigador del mismo que es Satanás, padre de la mentira y del pecado que introdujo el mal en el mundo, que deseaba ser como Dios y que logró arrastrar tras de sí a una parte de la corte celestial.

El profesor José Miguel Ibáñez Langlois (Santiago de Chile, 1936), poeta e intelectual chileno ha redactado muchos e interesantes ensayos que han iluminado el panorama cultural de su tierra y del mundo occidental durante todo el siglo XX, y ha redactado un magnífico trabajo acerca del mal moral en el mundo y en concreto acerca del “sentido trascendente del dolor”.

En realidad, el trabajo que ahora presentamos, al estar dirigido al gran público, recoge los argumentos habituales sobre la materia, entre los que se incluye lógicamente la Exhortación apostólica “Salvifici doloris” (1984) de san Juan Pablo II, el más importante documento del magisterio de la Iglesia sobre la materia del siglo XX.

La argumentación fundamental acerca de esta materia continúa estando en la apreciación fundamental del gran valor de la libertad humana y de la importancia del mandamiento de la caridad, por la que los hombres debemos cuidarnos unos a otros y ayudarnos a realizar un uso de la libertad a favor de la dignidad de la persona humana, algo capital para todos los tiempos (51).

Indudablemente, si Dios permite el mal es porque el valor de la libertad es capital para realmente dar gloria a Dios y madurar en nuestra donación a Dios y a los demás es el único camino de la madurez humana (125).

Una hormiga que recorriera el techo de la capilla Sixtina nunca descubriría la grandiosidad del fresco de Rafael y terminaría por comprender su profundo significado. El hombre se irá acercando al problema del mal en la medida en que vaya descubriendo el mandamiento de la caridad y la profundidad de la mente y el corazón de Dios en su gobierno providente del mundo, del hombre y de la naturaleza (138).

José Carlos Martín de la Hoz

José Miguel Ibáñez Langlois, Por qué sufrir. El sentido trascendente del dolor, ediciones Rialp, Madrid 2024, 274 pp.