Si pretendemos que la RAE nos aporte alguna idea sobre lo que es el “sentido” nos encontramos con que la primera acepción es “sentido, da”. Curioso. Es indudable que el significado más habitual entre personas normalitas es bastante distinto. Puedo uno pensar en “qué sentido debo coger” al tomar una autopista, o algo parecido. Esta acepción frecuente solo aparece en el diccionario en el número 12.
Es preocupante porque es muy fácil encontrarse con muchas personas que viven sin sentido. No saben a dónde van, para qué es su vida. Sí hay muchos que en lo que piensan, su meta, es tener mucho dinero, es poder tener un chalé con piscina en la sierra, o cosas del estilo. Es muy distinto tener un sentido último, definitivo, y esto es poco frecuente, abunda más el sinsentido.
En seguida nos damos cuenta de que si no hay un sentido no hay un camino. Si lo único que busco es una meta del tipo ganar mucho dinero, entonces el modo de obrar tiende a ser fácilmente egoísta. Voy a lo mío. Pretendo tener un título importante, un reconocimiento profesional, y entonces tengo que irme una temporada, unos años, al extranjero, a la facultad de tal o cual universidad.
Vivir con sentido es otra cosa. Significa tener una meta última definitiva. Cualquier persona de fe tiene presente que lo decisivo es la eternidad. Sabe que esta vida es un camino para merecer el cielo, la felicidad para siempre. Entonces se vive de otra forma. Un cristiano sabe que lo esencial en su vida es el amor a Dios, que le lleva al amor a los demás. Lo decisivo es el Amor, que es lo contrario del egoísmo de quien busca su reconocimiento o su bienestar.
Y lo curioso es descubrir que ese empeño por vivir con sentido hace que nuestra vida sea mucho más completa. Santa Teresa decía que el camino del cielo es un cielo. “Vivir en el camino del cielo supone participar ya, de alguna forma, de la paz, de la alegría que tendremos allí. Aquí queremos estar ya unidos a Cristo, procurando sentirnos otros cristos y, por lo tanto, viviendo para los demás. El camino del amor. Entonces comprobamos que, efectivamente, el camino del cielo es un cielo. No porque sea camino de rosas, sino porque la entrega a los demás nos da mucha paz”[1].
Lo que da pena es encontrar a muchas personas que viven perdidas. Quizá en el fondo de su corazón sí existe una idea de cual es su fin último, pero la realidad es que no lo tiene presente en su actuar habitual. Viven sin sentido, aún cuando si lo pensaran un poco serían capaces de reconocer sin duda cual es su meta.
La sociedad occidental, materialista y hedonista por definición, no ayuda nada a que las personas tengan una consideración frecuente de para qué están viviendo. En los países más pobres o donde hay persecución o violencia, las personas con un poco de fe piensan mucho más en cual debe ser su camino, y saben cuáles son los medios más adecuados para conseguirlo. Y así nos encontramos con que hay mucha más práctica religiosa en muchos países sudamericano, en África, en Asia incluso.
Merece la pena, por lo tanto, parar de vez en cuando a pensar cual es el sentido de mi vida, cual es el camino para llegar a esa meta.
Ángel Cabrero Ugarte
[1] Ángel Cabrero Ugarte, El camino del cielo, Eunsa 2022, p. 13