Por la vida nos encontramos a personas que saben perfectamente hacia dónde van, cuál es el camino correcto, o sea son personas con sentido. A veces simplemente tienen un plan a medio plazo que les sirve para vivir con decisión, pero eso se demuestra escaso en cuanto la meta se ha conseguido o se ha desechado. Lo que verdaderamente nos da paz, nos hace felices, es tener un sentido último en la vida.
El sinsentido, en castellano, hace referencia a algo irracional o absurdo, pero también es una forma de vida no consciente. Si un sinsentido es para cualquier personal con dos dedos de frente algo absurdo, sin embargo vivir sin sentido no es una situación tan explícita y notoria, y, con frecuencia, la persona que vive así no se da mucha cuenta, hasta que no pasa una cierta edad o una serie de reveses familiares o sociales.
Da pena ver a esas personas que no saben a dónde van. Lo describe muy bien Nembrini, comentando a Dante[1]: “Como los estorninos, como algunos pájaros vuelan en nubes desordenadas, con un movimiento que cambia continuamente de dirección de manera confusa y desordenada, así la borrasca infernal arrastra a los espíritus malvados, los lleva para acá, para allá, arriba, abajo... Imagen impresionante de cómo vivimos a menudo los sentimientos: pasiones que nos dominan arrastrándonos a cualquier sitio, sin horizonte, sin historia, sin la posibilidad de construir nada”.
“Sin posibilidad de construir nada”, es lo que nos hace pensar con cierta frecuencia: ¿para qué es mi vida, para qué trabajo, por qué dedico tantas horas a trabajar, y casi a nada más? Es un tema básico para tener en la cabeza. Dice Rosini: “Muchos en este punto piensan: es verdad, debo decidir mis prioridades. Error. Aquí está el meollo: las prioridades no se deciden. Las prioridades se reconocen. Se acogen. Se admiten. El firmamento lo crea Dios. La clave la pone el autor”[2].
Hemos sido creados para algo, para ser felices junto a Dios. Por eso lo que nos ayuda siempre es tener la referencia correcta, que es lo que Dios quiere para mí en este asunto concreto. Y eso es actuar en conciencia. Por eso también Rosini nos dice: “Si eres cristiano y haces muchas cosas, pero dejas la oración, es como pretender ir en coche bajo la lluvia sin limpiaparabrisas” (p. 87). Es la importancia de parar, con frecuencia, para reflexionar sobre el camino correcto en mi vida. Para eso está la oración, que es hablar con Dios.
De la misma manera que quien va de viaje, en la medida en que hay alguna duda sobre el camino adecuado tiene la prudencia de echar un vistazo en el “Google Maps” o similares, así en nuestra vida hay que mirar a Dios, buscar la luz necesaria en lo que enseña la Iglesia, preguntar al experto que puede dirigir mi alma. Hacer oración. Y “rezaremos tanto mejor cuanto más profundamente esté enraizada en nuestra alma la orientación hacia Dios. Cuanto más sea esta el fundamento de nuestra existencia, más seremos hombres de paz. Seremos más capaces de soportar el dolor, de comprender a los demás y de abrirnos a ellos. Esta orientación que impregna toda nuestra conciencia, a la presencia silenciosa de Dios en el fondo de nuestro pensar, meditar y ser, nosotros la llamamos "oración continua"”[3].
Ángel Cabrero Ugarte
[1] Franco Nembrini, Dante, poeta del deseo, infierno, Ed. Encuentro 2014, p. 136.
[2] Fabio Rosini, El arte de recomenzar, Rialp 2020, p. 85.
[3] Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, La esfera de los libros, Madrid 2007, p. 163