He tenido ocasión de ver recientemente dos películas sobre guerras, “Civil war” y “El ministerio de la guerra sucia”. No me gusta este tipo de películas, prefiero historias más tranquilas, más agradables de ver, que te dejen un sabor atrayente, pero a veces, por razones sociales normales, toca ver lo que les gusta a otros. La verdad es que me cuesta entender por qué a bastante gente les gustan los tiros, las violencias, o imágenes ciertamente desagradables.
En estas dos películas pienso que hay abundancia de violencia gratuita. En la primera, “Guerra civil”, estrenada este año y dirigida por Alex Garland, se plantea la posibilidad de una guerra civil en EEUU. Las salvajadas a las que se puede llegar para solucionar una contienda entre ciudadanos de un mismo país son repugnantes y muy violentas. Tiene, al parecer, una motivación aleccionadora: a lo que se puede llegar si no conseguimos un entendimiento en los problemas habituales de la convivencia.
La segunda se basa en un hecho real de la II Guerra Mundial. Tiene algunos dejes cómicos mezclados con una actitud tremendamente violenta. Podríamos pensar que así fueron las cosas, pero la superficialidad con que afrontan la necesidad de matar parece exagerada. Podríamos decir que está muy bien hecha y que, a todos aquellos a quienes les gusten los tiros, en este caso los tienen hasta hartarse.
Me parece que este tipo de películas tiene un efecto de advertencia. Pienso que en Occidente vemos los conflictos actuales con cierta frialdad, con algo de preocupación, incluso quizá con pena por los sufrimientos de tantas personas, pero siempre como algo ajeno, que nos coge lejos. Pero no estaría de más que pensáramos en que, tal como están las cosas a nivel internacional, cualquier día nos toca a todos. Llevamos ya muchos años sin una guerra mundial, no la hemos sufrido nadie de esta generación, y quizá infravaloramos la probabilidad y lo que supone.
En las noticias, sobre todo cuando hay imágenes, podemos hacernos un poco cargo, pero qué duda cabe que nos resulta ajeno. Pocas veces hacemos un esfuerzo por imaginar qué pasaría si alguien que aparece en el informativo fuera un familiar o un amigo. Un esfuerzo por pensar que esa ciudad destruida que aparece en la televisión pudiera ser tu ciudad.
Estas películas que quieren introducirnos en la perversidad de la guerra, podemos verlas como un espectáculo tremendo, más o menos bien hechas, con efectos conseguidos. ¿Pero cuántas veces hemos pensado en que eso puede ocurrir en nuestra casa? No hemos vivido una guerra cerca, pero sería bueno que nos pusiéramos en la situación de los miles y miles de personas que están sufriendo ahora estas desgracias.
Pensamos que los judíos se están defendiendo de unos terroristas que solo piensan en como atacar a Israel, pero también vemos los miles y miles de habitantes de la Franja de Gaza totalmente inocentes, que mueren, que se quedan sin casas, sin familiares… Es bastante normal que nos pongamos en la situación de los ucranianos, atacados injustamente y sin razón ninguna por los rusos. Pero también habremos pensado en alguna ocasión si no hay otra solución que seguir con esa guerra que se alarga.
Siempre nos quedarán las dudas, nos damos cuenta de que nos es fácil encontrar una solución, pero no podemos aceptar que la guerra sea lo único posible.
Ángel Cabrero Ugarte