Las actividades donde participan los hombres, como seres creados tienden a la decadencia, pues el propio hombre nace, crece y muere. Por eso no puede extrañarnos que las culturas y las civilizaciones, también atraviesen, como las propias empresas familiares, al menos, crisis de crecimiento.
En la decadencia del medievo el problema de la Iglesia y de la escolástica se agravó cuando, por circunstancias muy complejas; poder de Francia en el colegio cardenalicio, pugnas en las familias romanas, etc., se llegaron a suscitar en 1410, hasta tres papas con idénticos y derechos, deberes y legitimidades, obediencias por países, etc. Dicen los expertos que el verdadero era Urbano V, pues fue elegido en tiempo y forma. Si luego cambió sus modos de hacer y no satisfacía los deseos de los electores, eso no invalidaba la elección sino a sus electores.
Llegada la muerte de Gregorio XI, ésta se produjo en Roma, la ilusión y esfuerzo de santa Catalina de Siena se había alcanzado. Efectivamente, en 1378, a instancias de Pedro de Luna fue elegido el arzobispo de Bari, Bartolomeo de Prignano, con el nombre de Urbano V, el pueblo estaba entusiasmado, al igual que las familias romanas que lo habrían impulsado.
La desaparición del destierro de Avignon en Francia en 1378 había desencadenado el dolorosísimo espectáculo del Cisma de Occidente que durará hasta 1413 y la reproducción del destierro de Avignon.
Con el esfuerzo de todas la autoridades civiles y eclesiásticas, con Juan Gerson a la cabeza del movimiento conciliarista y el empeño del emperador de los Romanos Segismundo de Alemania, se promovió el llamado Concilio de Constancia que fue legitimado por el papa de Roma Juan XXIII.
Tras grandes esfuerzos todos acudieron en 1413 al Concilio de Constanza excepto el papa Benedicto XIII, el papa Luna, que murió sin renunciar en su castillo de Peñíscola en 1423, pero el rey de Aragón ya le había abandonado.
El Concilio fue convocado y desarrollado según tres grandes principios: ”causa unionis”, “causa fidei” y “causa reformationis”. Efectivamente, la causa de la unión se logró con la elección de Martín V y la nueva andadura del propio Concilio bajo su mandato. La causa de la fe, con la condena de las doctrinas de Wiclef y Huss y la causa de la reforma de la Iglesia con el decreto “Frequens”.
Efectivamente, el papa no aceptó ni firmó el decreto “Frequens” de sabor conciliarista por el que el concilio debía convocarse cada pocos años para ver la reforma de la Iglesia “caput el membris”. Primero, porque era aceptar que el papa tenía por encima al concilio; segundo, por no terminar de aceptar el problema de la ignorancia y corrupción del clero y finalmente por la falta de sinodalidad y exceso de gobierno personal de los obispos. En cualquier caso, los sucesivos papas convocaron concilios frecuentes. Efectivamente, la reforma de la Iglesia era improrrogable y será el primer tema que deberá abordar la edad moderna de la Iglesia que comenzará con el descubrimiento de América en 1492.
José Carlos Martín de la Hoz