Hace muchos años leí un pequeño trabajo del entonces cardenal Arzobispo de Sevilla mi querido amigo Carlos Amigo Vallejo, cuyo título era un expresivo texto de los Salmos: “El trato con Dios no tiene amargura”. Efectivamente, el trato con Dios no tiene amargura, es más, como afirma otro de los salmos de David: “gustad y ved qué bueno es el Señor”.
El amor de Dios ni tiene amargura, ni tiene perdida, pues podemos encontrar en El la verdadera y auténtica felicidad, siempre y cuando el trato con Dios esté bien orientado, se alimente de la verdadera eucaristía y se beba en las fuentes verdaderas del agua viva de la gracia de Dios.
Efectivamente, es esencial los medios escogidos, pues se trata de encontrar el verdadero camino de la felicidad y de la salvación y no perderse en los vericuetos de la soberbia humana.
En el tratado sobre la mística que ha redactado brillantemente el teólogo jesuita Gabino Uríbarri Bilbao, se distingue la mística verdadera de la falsa, señalando cuales son los medios auténticos y cuáles los erróneos. Así nos dice: “mientras que el misticismo oriental nos deja con nuestro propio cuerpo (respiración, posturas), con las técnicas adecuadas de relajación y meditación, para así encontrar la liberación y el camino hacia la Liberación, la Verdad y la unión con el Misterio absoluto, la fe cristiana nos proporciona, por su misma estructura encarnatoria, una serie de mediaciones objetivas que son ayudas inestimables para el encuentro verdadero con Dios” (50).
En el camino de la espiritualidad hay una gran parte de subjetivismo, de ahí la importancia de la dirección espiritual y del acompañamiento para discernir la voz de Dios y distinguirla de nuestra subjetividad.
Inmediatamente hemos de hacer referencia a la guía magnífica de la Sagrada Escritura, que nos proporciona testimonios muy valiosos, pero sobre todo concede “ un caudal de criterios, una fuente inagotable y una guía segura para adentrarnos con paso seguro en los misterios de Dios, amarlos, gustarlos, sondearlas y explorarlos” (51).
Rápidamente, nuestro autor nos recuerda cómo Dios es quien toma la iniciativa, se nos adelanta, se hace el encontradizo, como en el camino de Emaús y nos entrega los sacramentos: “en los sacramentos se da una presencia objetiva de la gracia, de la unión con Dios, siempre que se celebren y revivan con las disposiciones de intención y fe adecuadas” (51). Lógicamente el culmen está en la eucaristía, donde la unión del alma con Dios es indescriptible.
Finalmente, en este rápido recorrido de los medios fiables en nuestro camino hacia Dios añade: “dado que la fe cristiana posee una dimensión eclesial, la oración y la mística cristiana también son intrínsecamente eclesiales. No solamente porque la vida del creyente, su oración y su experiencia mística acontecen en el seno de la Iglesia , sino también porque la Iglesia es la maestra última que discierne la verdadera oración y la verdadera mística de los autoengaños, siempre al acecho en el campo de la vida espiritual, como demuestra la historia de la espiritualidad” (52).
José Carlos Martín de la Hoz,
Gabino Uríbarri Bilbao, La mística de Jesús. Desafío y propuesta, Ed. Sal Terree, Santander 2017, 270 pp.