En mi barrio había una pequeña librería con un sabio dentro, el librero, que sabía lo que tenía sin mirar en medios técnicos, que no tenía, y que, sin haber leído todos los libros que allí guardaba, sí se hacía bastante cargo de sus contenidos. Daba gusto ir por allí, tanto si buscaba un título concreto como si necesitaba “algo” para el verano. Hace ya tiempo que se jubiló, supongo, y que aquella librería, que era una referencia importante entre los vecinos, quedó cerrada para siempre. Ahora tengo que ir un poco más lejos para encontrar algo parecido. La de mi barrio murió.
Me parece que todos los que somos lectores empedernidos o, al menos, habituales y constantes, valoramos mucho poder entrar en la librería y no solo ver, sentimos necesario tocar. Evidentemente no te vas a comprar un libro por el título. Gusta cogerlo -maldito virus que nos impide hacer estas cosas- y abrir, y leer algo del autor si no lo conocemos, y leer las contraportadas, que nos dan alguna luz sobre el contenido.
Las librerías grandes de grandes almacenes están matando a las pequeñas. Esas librerías inmensas donde apenas hay un encargado disponible por allí, o dos. Ese encargado sabe cómo usar el ordenador, y busca lo que le has pedido y te dice si lo tiene. Pero si le dices que te gustaría llevarte algo ameno y atrayente para el verano, no sabe a qué tecla dar.
En la librería que frecuento, me conocen bastante bien. Uno de los momentos más entrañables es cuando me ve uno de ellos y, aunque esté unos cuantos estantes más allá, buscando algo para un cliente, me dice “don Ángel ¿ha leído el último de X?”. Eso se valora como el mejor tesoro. Ni que decir tiene que es muy probable que me lo lleve. Y que, casi seguro, me lo leeré pronto, y procuraré informar, en el club del lector, o a otros que no sabían, y se corre con rapidez la noticia.
Pero todo empieza en que aquel dependiente, muy buen lector, que lee mucho en el metro, y tiene una gran capacidad para informar. Y sabe lo que le gusta a ese cliente, no en general. Es fácil imaginar que eso es absolutamente imposible que ocurra en las grandes librerías.
Claro, si aquel personaje tan perspicaz no está en el momento en que entro, porque no es su turno, ya se yo más o menos como están distribuidos los libros, según la materia que contienen, y si busco literatura sé dónde la tienen, y dónde están las novedades. También sé que allí evitan novedades inconsistentes, lo cual supone una cierta seguridad, no total porque cada uno tiene sus gustos y preferencias.
Y si quiero un libro de historia -porque me han hablado de un interesante libro reciente del género- sé dónde tengo que ir sin dar muchas vueltas. Y también tienen un apartado de espiritualidad y enseñanza religiosa bien nutrida, con novedades atrayentes. Y tienen la sección infantil y juvenil fácilmente identificables.
Vamos que ha falta de librería de barrio, como las que había antes, al menos quedan algunas, más o menos lejos, que son asequibles, con trabajadores que leen. En el fondo es el único “truco”. Con una persona que lee mucho se pueden mantener sustanciosas conversaciones sobre un libro. Ya iba yo con la mosca detrás de la oreja, porque alguien me lo había dicho, pero esa conversación con el lector-currante, que no quiere venderte algo a toda costa, ni el más gordo para ganar más dinero, sino que está allí para darte la gran noticia, es decisivo.
Ángel Cabrero Ugarte