En estos días he leído una nueva reedición de la famosa conferencia sobre el valor de la lectura, pronunciada en la Universidad de Tubinga en 1948 por el teólogo alemán Romano Guardini, una de las grandes personalidades que más influyeron en el siglo XX, tanto en Alemania como en el resto de Europa.
Conviene recordar en seguida el conmovedor momento en que se redacta este trabajo, pues todavía estaba todavía muy reciente la segunda Guerra Mundial y, por tanto, entre tanta destrucción física y moral, lógicamente escaseaban los libros.
Desde el comienzo del discurso el autor se muestra íntimo y confiado, pues desea expresar sus sentimientos hacía el libro. De ese modo remueve el recuerdo de Guardini de esas ultimas horas de la tarde, en aquellas frías tierras, en el silencio de su cuarto y con un buen libro entre las manos: "cuando los libros cobran vida" (15)
Las siguientes páginas están dedicadas a realizar un largo exordio sobre la escritura, la imprenta, la encuadernación y el papel. Un discurso más propio de un bibliófilo o coleccionista de libros, que de un profundo pensador
En las páginas finales, Guardini, desciende a desarrollar algunas ideas que tienen el valor de lo perenne y que, por su importancia, conviene dejar reseñadas.
En primer lugar, la perpetuación del pensamiento y su transmisión gracias a la redacción sopesada de un texto o a la corrección de unas notas sobre una conferencia o parlamento (47). De ese modo lo pensado y vivido por el autor será compartido con el lector.
En segundo lugar, se refiere a la conexión entre escritura e imaginación, pues según Guardini, la propia redacción de un libro remueve al entendimiento del autor y lo desarrolla y eleva a pensamientos que se concatenan (51) y que, en cierto modo, no estaban previstos al adentrarse en la tarea del escritor.
Y, en tercer lugar, nos recuerda el gran defecto de los libros: la pérdida de la memoria. Recordemos esas comunidades de analfabetos que, durante siglos, se reunían y aprendían o recordaban las historias comunes que les conformaban como pueblo. Ahora cada uno, cada persona, puede sentarse a leer sin el esfuerzo por memorizar y corre el riesgo de actuar individualmente y sin memoria de pueblo (53).
La lectura de este pequeño trabajo, El elogio del libro, deja el sabor del elogio de la cultura y de la sabiduría, y, por tanto, del sueño que lleva a la contemplación de la verdad y de la belleza; a la Europa de los grandes valores que han hecho habitable el mundo.
José Carlos Martin de la Hoz
Romano Guardini, Elogio del libro, ed. Encuentro, Madrid 1998, 62 pp.