En el siglo XVI los segundones de las grandes y pequeñas familias de Castilla partían a hacer las Américas para, llenos de hidalguía, intentar medrar al otro lado del océano y lograr lo que se les había cerrado en la península. En el ensayo que no ocupa, la profesora de Filología francesa y literatura comparada de la Universidad de Bard y especialista en literatura rusa, directamente se embarca en la justificación de la mediocridad, tarea harto desanimante.
Es interesante que tome a Schopenhauer como bandera y lo enarbole en defensa de la medianía y de la suficiencia: “el término medio de la felicidad” (25). Es decir, del “aurea mediocritas” como lo calificará (31).
Estamos de acuerdo con la autora que la rebeldía de los estudiantes es más divertida (39), pero se ve, según nos dice la autora, que lo que se lleva al madurar es la mediocridad “aunque no produce satisfacción suficiente” (41).
Es interesante, comprobar cómo el ensayo toma acentos de conformismo elegante: “soy infeliz porque hay demasiada felicidad” (43) o más adelante llegará a animar a los conformistas: “todos los caminos llevan a la resignación” (45). Es decir, todo lo que se quiera antes que “ahogarse en los pantanos del alma” (47).
Enseguida, tomando el alma rusa, especialmente de Tolstoi, a quien denominará “asesino de ideales” (212), arremeterá contra la meritocracia (99), con la que algunos confunden poder con felicidad y buscan a toda costa sobresalir por encima del resto.
Evidentemente, aunque sea caustica y desabrida, tiene razón en muchas cosas a lo largo del ensayo, como la constatación de que “a todos les llegan los buenos y malos tiempos” (103).
Me ha parecido interesante la inclusión de Baruc Spinoza y su “Tractatus” entre los abanderados de la mediocridad y la medianía, pues al final su negación de la veracidad de la Escritura le dejará sin capacidad de encontrar ideales que levanten el ánimo e ilusionen (171).
Efectivamente, hay otras cuestiones que depende del cristal con que se miren. Por ejemplo, se puede alabar diciendo: “muchos vivieron una vida fiel y escondida”, aunque termine la frase recordando que están enterrados en “tumbas desconocidas” (178). Es decir, que la autora “ha dado vida a lo que estaba inerte” (206).
No podemos terminar esta breve reseña sin comentar algo respecto al libro que estamos reseñando. En concreto, sobre el título: “Elogio de las virtudes minúsculas”. En realidad, este trabajo es un elogio de la mediocridad, a la que termina por calificar de virtud mediana o minúscula, quizás por falta de traducción de un giro en el texto original o también por subrayar “la vida insuficiente” (225).
José Carlos Martín de la Hoz
Marina van Ziuylen, Elogio de las virtudes minúsculas, Siruela 2024, 246 pp.