En forma física y espiritual

 

Es muy sorprendente hasta qué punto se ha generalizado, sobre todo entre gente joven aunque también entre mayores, la necesidad imperiosa de hacer ejercicio físico diario, “para encontrarse bien”. Surgen gimnasios por todas las esquinas, convencidos -imaginamos- de que el negocio es seguro, considerando el crecimiento de gente tremendamente “necesitada” de estar totalmente en forma.

No sé muy bien la diferencia tan importante que existe entre esta generación de jóvenes, tan necesitados, y las anteriores generaciones en las que no hacíamos más que el deporte que nos gustara, normalmente el fin de semana. Porque durante la semana hay más cosas que hacer que estar una hora rodeado de máquinas para ejercitar los músculos.

Al proponer, en la dirección espiritual, la posibilidad de hacer un rato de oración cada día o de participar en la misa no solo los domingos, me he encontrado en varios casos con que “no tienen tiempo”. He pensado a veces que, casi con seguridad, han visto series hasta hartarse, pero luego he descubierto que el problema para rezar un poco más de lo mínimo, aun considerándose buenos cristianos, es que les falta tiempo… Y  hurgando un poco se llega al tiempo intocable para el gimnasio, en torno a una hora, cada día.

Son capaces de madrugar para ir al gimnasio y después a la universidad o al trabajo. Pero encontrar quince minutos para hacer un rato de meditación, “no es nada fácil”. No parece que tengan dificultad para entender que puede ser bueno hacer oración, pero “primero es lo primero…”, y eso es lo más triste. Porque estamos hablando de gente que tiene cierta formación y buenos deseos de vivir como cristianos.

Es indudable que influye mucho un ambiente materialista y una preocupación excesiva por la imagen. Desde luego también por la salud, pero para eso  no  nos ha hecho falta a las generaciones anteriores dedicar una hora de  nuestro día a las gimnasias. Por supuesto que no van a admitir fácilmente que el fondo es la vanidad.

Estamos hablando de gente buena, que pone algunos medios para estar cerca de Dios. Luego, hay una mayoría  de jóvenes a los que eso no les interesa nada. Pero precisamente es lo que da un poco de pena, lo que preocupa un poco a quienes queremos ayudar a vivir en cristiano, que haya gente buena, jóvenes con planteamientos correctos, y vemos que son incapaces de dedicar un rato diario a hablar con Dios porque tienen que dedicar mucho tiempo al cuerpo.

Cómo explicar, a jóvenes y a mayores, que nuestra vida es para la eternidad, que lo que importa seriamente es la vida interior, sin que haya que descuidar la salud. Dice Benedicto XVI: “El hombre lleva en sí mismo una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz y de verdad que lo impulsan hacia el Absoluto; el hombre lleva en sí mismo el deseo de Dios. Y el hombre sabe, de algún modo, que puede dirigirse a Dios, que puede rezarle”[1].

La problemática actual es que esa sed de infinito queda escondida por un planteamiento materialista y hedonista.

Ángel Cabrero Ugarte

 

[1] Benedicto XVI, Escuela de oración, Ciudad Nueva2022, p. 23