Hay biografías que soportan el paso del tiempo y son sucesivamente reeditadas y otras que, desgraciadamente, caen en el olvido, se pierden en los anaqueles de las bibliotecas y son superadas por otras y luego otras.
El profesor Pedro Voltes nos ofreció hace años la biografía de Carlos III que ahora recordamos: una de las semblanzas más agudas e inteligentes que se han publicado hasta el momento. Ciertamente sus reediciones terminaron hace tiempo, pero no el recuerdo de una obra señera y sólida que ha perdurado. Aportan mucho las citas de Rodríguez Casado.
Indudablemente, aquel rey de España lo fue por sorpresa cuando ya era un consolidado y buen monarca en Nápoles. Fue proclamado rey de España el 11 de septiembre de 1759 y enseguida comenzaron los preparativos de su traslado a Madrid que todavía tardaría en producirse.
Siempre se ha discutido acerca del despotismo ilustrado del antiguo rey de Nápoles., pero si hay algo claro en el reinado de Carlos III es que fue muy autoritario, como no se había visto en España desde tiempo atrás, y que puso al país a trabajar seriamente en todos los planos, jurídico, económico, militar y religioso, pues todos coinciden en que: “era difícil y exigente” (22). Por supuesto, se hizo realidad el deseo del monarca: ”En mi casa no ha de haber más que una mesa, una cocina y una religión” (178).
Es interesante observar que la nobleza y la Iglesia formaban parte del sistema que debía gobernar el rey y, de alguna manera, lo limitaban. No olvidemos que la nobleza posee el 52% de las tierras cultivadas de la nación” (14). Y tampoco “olvidemos que “los eclesiásticos poseían el 17% de la superficie cultivable en España, no menos inmovilizada en sus manos que la que se encontraba en las de la nobleza” (15).
Se trataba de un rey sabio y prudente que sabía gobernar y que lo hacía con ideas propias, por ejemplo, una era muy clara y determinada: “se acostumbró a distinguir entre la Iglesia como institución pública y como depositaria de la fe y las rectas costumbres” (16). En cualquier caso, en el plano institucional exigió sus derechos -las regalías- hasta el límite. También el monarca se apoyará más en la burguesía, lo que permitirá a Esquilache ser autoritario con el tamaño de las capas y los sombreros para, finalmente, tras el motín, cesar al ministro y escuchar a la plebe (82). También es importante el plan de regadío o los nuevos asentamientos agrícolas (88).
Claramente, el número de reformas emprendidas fueron notorias y para llevarlas a cabo se apoyó en nuevos consejeros, en nuevas órdenes religiosas, en los nuevos obispos y en otros nobles. Desde luego, fue su interés, que los jesuitas fueran expulsados de España y los envió a los Estados Pontificios, y puso todos los medios a su alcance para lograr su extinción (104). Los verdaderos motivos de la animadversión real quedaron en su conciencia y, también, en la de la “antipatía de buena parte de los restantes eclesiásticos y (…) de cinco sextas partes del episcopado que lo aconsejaron” (107). En cualquier caso, recuerda Voltes que la explicación de la masonería no se puede sostener(107).
José Carlos Martín de la Hoz
Pedro Voltes, Carlos III y su tiempo, editorial Juventud, Barcelona 1964, 269 pp.