En estos días del llamado adviento comercial, mientras ponemos rumbo directo para celebrar la navidad, la encarnación del hijo de Dios, es buena ocasión para volver a recordar las palabras de san Pablo a los romanos cuando les decía “Pues sabemos que la creación entera a una gime y sufre dolores de parto hasta ahora” (Rom 8,22). En efecto, el deseo es imperioso para que todos los hombres se preparen para acoger al redentor en su corazón llena el alma del cristiano.

Precisamente, en la obra clásica del cardenal francés Henri de Lubac, sobre la Iglesia, recientemente reeditada por ediciones Encuentro, nuestro autor realiza un verdadero tratado de teología bíblica acerca del misterio de la encarnación del Hijo de Dios, al recordar la esencia del misterio de la plenitud de la Revelación en la encarnación y la llamada a la santidad que esto supone.

Ya es un clamor: Dios está cerca, proclama la liturgia de estos días y nos dirá de Lubac con fuerza impresionante que: “La encarnación es la obra maestra de la recreación. Es el principio de la consumación. Después del combate en diversos episodios, abre la era de la victoria. Después de los largos esponsales, el tiempo de la boda. A partir de ella el género humano alcanza por fin la Semejanza divina, fin para el que fue creado” (222-233).

Es muy interesante como nuestro autor hace una referencia muy profunda a dos escritos de los padres apostólicos, donde es llamativa la “impresión de frescura y de joven alegría que se desprende de los primeros escritos cristianos, o con ese fervor y esa impetuosidad que se adivina al comienzo de tantas conquistas cristianas”. Es interesante que añada seguidamente hablando de la conquista del corazón del buen ladrón: “El alma que se volvía hacia Cristo entraba con Él en el Paraíso, encontraba de nuevo la juventud del mundo” (223).

Es asimismo interesante ese tránsito de lo viejo a lo nuevo, de lo caduco a lo eterno, del final al comienzo: “Suponía verdaderamente una idea enteramente nueva del mundo y del hombre y de sus relaciones con Dios. Ahora bien, esta idea es consubstancial al cristianismo. La venida de Cristo es un otoño y una primavera” (225).

Por eso no basta con predicar la palabra de Dios en el último rincón de la tierra para que llegue la consumación de los tiempos, pues todavía es necesario empapar la obra de la creación de su noble y original sentido, es decir, que el cuerpo de los elegidos se acreciente y se una e identifique con Cristo (226).

Es más, hay un misterio de naturaleza y gracia, que se ha investigado hondamente en la disputa de auxiliis, donde “La Iglesia sabe muy bien que jamás triunfará plenamente sobre el mal, es decir sobre la desunión acá abajo” (227). También es claro que hay misterios anudados en esta cuestión: existe la gracia eficaz y la gracia suficiente y la gracia congrua: “Es el vértigo que sobrecoge ante las profundidades de Dios”

José Carlos Martín de la Hoz

Henri de Lubac. Catolicismo. Aspectos sociales del dogma, ediciones Encuentro, Madrid 2019, 403 pp.