Enseñanza y conocimientos culturales

La revista cultural Aceprensa del mes de marzo incluye un artículo que pretende ser innovador acerca de la enseñanza. Da la impresión de que todo lo que se refiere a la enseñanza tuviera que ser polémico.

El articulista se remite a cierto libro misterioso -no se dice su título ni en que país ha sido publicado-, en el que los autores reclaman "una vuelta a la educación basada en los contenidos, no en las competencias". Cuando hablamos de competencias nos estamos refieriendo a la denominada "comprensión lectora", "habilidades matemáticas" e incluso a las "destrezas técnicas y manuales". El autor menciona otros objetivos algunos de las cuales ponen los pelos de punta, como son el pensamiento crítico, el fomento de la igualdad social, la personalización o la mejora de las relaciones interpersonales y sociales. Los desconocidos autores afirman que "el discente, cuando es pequeño, guarda incólume un deseo de conocer que le es innato y que, si se sabe estimular, le llevará derechamente a la sabiduría". Palabrería trufada de palabras exquisitas que sobre todo manifiesta el desconocimiento por parte de los autores de lo que sea la sabiduría; ni Montaigne en sus mejores tiempos. El único deseo innato de conocimiento que he visto en los niños es el de los dibujos animados, y en las madres el de rebuscar en el fondo de las carteras para averiguar si el niño o niña tiene deberes para el día siguiente o cuándo tiene el próximo examen.

Comenzaré diciendo que fui -y me gusta confesarlo- un mal estudiante; posiblemente desconecté en el aprendizaje de atarme los zapatos. Los conocimiento teóricos siempre fueron ajenos a mis intereses. Recuerdo con especial disgusto la geografía con sus ríos y afluentes, la lengua española que hoy adoro; la aritmética e incluso la formación del espíritu nacional. Los veía como una imposición desagradable, coherente con la obligación de asistir a clases. Diré algo positivo, me gustaba la lectura y me sigue gustando hoy aunque desconozco la causa, probablemente sea genética. Pasados tantos años echo en falta el conocimiento de algunas reglas ortográficas que nunca aprendí, he olvidado cómo se hace la raiz cuadrada que una vez supe y prefiero hacer las sumas en un papel a acudir a una calculadora que no tengo. Siempre pensé que había aprobado el Bachillerato por pura inercia y de hecho yo era uno de aquellos que, sentados junto a la ventana del aula, miraban melancólicamente caer las hojas en otoño.

"El colegio es la cárcel de los niños" -dice uno de mis nietos. Para su desgracia y la de sus profesores ha desarrollado el pensamiento crítico antes que el deseo innato de conocer. Yo lo veía también así, una cárcel que nos hacía perder el tiempo, una condena que nos obligaba a convivir con otros niños pero procuraba a nuestros padres el tiempo necesario para ir a trabajar o realizar las tareas domésticas. ¿Enseñanza personalizada? Todavía recuerdo con agradecimiento como un profesor de Matemáticas escribió en las Observaciones a mi hoja de notas: "Es un chico muy tímido". Aquel hombre me conocía como persona, aunque su asignatura no me interesara. ¿Conocimientos teóricos? Mi madre contaba la broma de un tendero que decía a su hijo: "¡Burro! Estudia los reyes godos para que seas alguien en el comercio". Yo no he estudiado los reyes godos, no soy tan antiguo. ¿Pensamiento crítico? El pensamiento crítico presupone un cierto adoctrinamiento y agradezco no haberlo sufrido, aunque recuerdo con una sonrisa cómo un día la profesora de historia se lanzó a decir: "En España hay una dictadura, aunque es posible que si me escuchan me metan en la cárcel". No sería una dictadura muy rigurosa cuando una señora era capaz de hablarle así a la clase. (Hay que saber que el franquismo tuvo dos fases e incluso dos geografías, una puramente de postguerra y otra posterior, tolerante, que fue la que conocimos los nacidos después de la contienda). Hoy sí hay adoctrinamiento: ¡Vaya turra con el asunto de que el abuelito se va a morir porque fuma! El abuelito -o sea yo- se va a morir de todas las maneras.

Si ves en algún sitio que se anuncia una enseñanza de calidad puedes salir corriendo, aquellos maestros no pretendían darnos una enseñanza de calidad sino que la tenían ellos mismos. Hoy, si hablamos con un profesor de filosofía nos preguntará que cómo vamos a prescindir de la filosofía si "nos explica el sentido de la vida"; el profesor de historia nos recordará que "el pueblo que no conoce su historia se verá condenado a repetirla", y el profesor de latín declarará que en la lengua latina está el origen de nuestro idioma. A lo anterior hay que contestar que filosofía sí, pero no para todos; historia sí, pero sin necesidad de evaluación; lengua sí, pero sobre todo caligrafía y ortografía, ¿cómo van a solicitar un trabajo el día de mañana si no saben escribir ni su nombre en un papel?

Hace años el Ministerio planteó una educación media y secundaria más condensada para aquellos alumnos que no tuviesen las capacidades y el interés necesarios para cursar una ESO y un BAC íntegros. Ésta se centraría en el desarrollo de las referidas habilidades y competencias para el futuro. Los padres de los alumnos se negaron en base a una pretendida desigualdad que marcaría a sus hijos desde pequeños y, como es lógico, para oponerse al Gobierno: "¿Que se habían creído estos del Gobierno? Los hijos son nuestros y no suyos". Fue una oportunidad perdida para hacer algo por esos chicos y chicas, liberarlos al máximo de los conocimientos teóricos y dotar a determinados centros -que ya nunca existirán- de un profesorado capacitado para motivar a los jóvenes y adaptarse a su nivel de interés y conocimientos. Los buenos alumnos no necesitan tantas atenciones, cualquiera puede enseñarles.

Juan Ignacio Encabo Balbín
Revista Aceprensa, marzo 2025.