En la historiografía contemporánea correspondiente a la historia de la moral económica o de la ética social, se concede cada vez más importancia a la doctrina e intuiciones que aportaron en el siglo XVI los grandes autores de la escuela de Salamanca y, en general, a las ideas vertidas sobre esos temas en los manuales de confesores, tratados sobre la restitución, obras sobre de la virtud de la justicia y en los catecismos de párrocos, por parte de los teólogos y juristas escolásticos de ese periodo. Además, no olvidemos que gracias al latín que hablaban todos los estudiosos y a la imprenta, existía una gran unidad de temas e intereses y, por tanto, había una gran propagación e intercambio de ideas por toda Europa.
En primer lugar, hemos de recordar que en aquellos años en España, gracias a los metales que entraban periódicamente, en la Torre del Oro de Sevilla procedente de los diversos virreinatos americanos, aparecieron problemas económicos nuevos, pues esos metales eran fuente de riqueza e indudablemente también de problemas, por la inflación que generaron. A la vez, la unidad del imperio de Carlos I y Felipe II promovió una gran actividad económica con las grandes ferias, como las de Medina del Campo, Sevilla, Barcelona, Zaragoza o Valencia, en España, gracias a las cuales las mercancías se movían por toda la península y se extendían por gran parte de Europa y América.
Estos factores económicos hicieron que se suscitaran problemas en el orden de moral en materia de cambios, contratos, letras de cambio, intereses, así por ejemplo, en España se consideraba usura cobrar un interés si no había mediado un trabajo, pues el tiempo y el espacio se consideraban neutros. Otros países en Europa de mayoría protestante comenzaron a tener otros criterios.
Aquellos escolásticos sabían teología, filosofía, moral económica, conocían el tratado de justicia, derecho de gentes, derecho canónico y también sabían matemáticas ciencias. Esto se debía a que no existía la fragmentación de los saberes tal y como sucede hoy día. Muchos de ellos, por ejemplo, comenzaron a introducir las matemáticas en el estudio del mérito de las buenas obras, en concreto en las acciones de la caridad con Dios y con el prójimo, recurriendo en su argumentación teológica a la diferencia entre la suma de obras buenas, cada una de ellas finitas, para terminar por compararlas con la infinitud de la gracia alcanzada por Dios Redentor en el sacrificio de la cruz. También es importante descubrir que entonces y ahora, el Evangelio es vida propia en los confesores y los mercaderes y para todos ellos el monta de la fe y de la salvación era el valor más importante. De ahí las constantes llamadas en estas obras a la honradez y a la confesión contrita para recuperar la gracia y la necesidad de la restitución para el perdón de Dios en los pecados contra la justicia.
Recordemos cómo en la introducción de la obra más importante del sacerdote Cristóbal de Villalón (1510?-1561?), catedrático de Artes en Valladolid, el Tratado sobre de Cambios y contrataciones publicado en Valladolid en 1541 y objeto de diversas reediciones, se afirma que lo había redactado movido: “por ver la gran necesidad que tienen los hombres de tienda en el negociar el día de hoy, y principalmente por advertir a los confesores en cuyas manos caen los tales, que por no tener doctrina y experiencia en esto los dejan pasar y les dan más licencia que razón” (fol.2r).
José Carlos Martín de la Hoz
Cristóbal Villalón, Tratado de Cambios y contrataciones, Valladolid, 1543.