En
los años ochenta leí un clásico del management titulado
style='mso-bidi-font-style:normal'>In Search of Excellence de Peters y
Waterman. Ese libro constituyó uno de los textos fundamentales de muchas
escuelas de negocios que formaban ejecutivos para los nuevos tiempos de
competitividad como eran aquellos de los ochenta y noventa. Tras ese boom, las
revistas especializadas se dedicaban a hacer rankings de empresas excelentes,
se pusieron de moda los círculos de calidad, pero al cabo del tiempo se
vio que raramente una empresa duraba mucho como excelente. El globo se
pinchó.
La
excelencia siempre se ha visto como un objetivo por alcanzar. Se forman
ejecutivos, se les ayuda a fijar objetivos excelentes, a crear ambientes de
trabajo excelentes, a tomar decisiones excelentes, etc., porque el objetivo es
alcanzar la excelencia, algo a lo que se tiende pero al que nunca parece que se
llega, ya que es un continuo y frustrante proceso de mejora sin fin.
Las
empresas educativas, que son las que mejor conozco, también han entrado
hace tiempo en esta vorágine por la excelencia, sobre todo las
universidades y escuelas de posgrado.
Aun
a sabiendas del peligro que corro de parecer un idealista, diré que me
parece un craso error. Una empresa educativa no tiene que tender a la excelencia
sino partir de ella. El gran error, bajo mi punto de vista, es creer que a la
excelencia se llega, cuando en realidad de la excelencia es de donde se parte.
Si
una empresa educativa no parte de un ideario (o carácter propio) de
excelencia y focaliza todas sus fuerzas para mantenerse en ella, creer que
algún día la alcanzará porque sus fundadores tenían
las ideas muy claras de lo que querían obtener, es poner las bases para
no ser nunca una empresa excelente, en términos empresariales.
A
la excelencia educativa no se va, se vuelve, siempre que las bases estén
bien puestas. Esto no quiere decir que no haya que formar directivos, ni mucho
menos, o que los profesores no deban ser los adecuados al carácter propio
del centro, esas tareas serán continuas en una empresa educativa
dinámica, sino que el propio devenir del centro integrará modos
de hacer excelentes, engarzados en el ideario inicial de tal forma que se
determinen cada una de las acciones directivas en función de la interpretación
de ese ideario.
¿Por
qué ya no se habla de excelencia? Simplemente porque la idea
parecía buena, pero irrealizable, luego se habló de eficacia, de
calidad, de mil cosas que modelan el management, tan sometido a modas como
cualquier otra cosa. Sin embargo, aunque haya pasado de moda, no se puede
renunciar a la idea de excelencia tan fácilmente. Un consejo de
administración que sepa fijar las bases de una empresa con una honda
huella de excelencia, muchas veces más elevada que la mera
gestión de las cosas, habrá puesto la primera piedra de una gran
obra educativa destinada a perdurar
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario Villanueva
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