Reproducimos un extracto del libro ‘Sociedad terminal, la
comunicación como arma de destrucción masiva’, de Javier
Benegas, de Editorial Rambla, que sale a la venta esta próxima semana.
En este extracto reseña algunos de los aspectos fundamentales de la
ideología emocional que ha sido difundida, y casi implantada, desde el
poder político:
El modelo originario en cuestión, aún siendo simple y
fácilmente replicable, posee una estética atractiva. El característico
aspecto desaliñado e informal está perfectamente calculado, y
bajo el mismo nos encontramos con un diseño calculado, atractivo y
seductor. Hombres con el pelo ligeramente revuelto, en unos casos con
más o menos melena y en otros con el pelo corto, pero siempre unas
patillas prominentes. Una media barba o una barba contenida y aseada, de dibujo
poco convencional y que refuerza con sus límites bien definidos los
contornos del rostro. En general, están ausentes las camisas con cuello
rígido y se opta por una sencilla camiseta o se combina la misma con un
suéter o sudadera. Los pantalones son anchos y cómodos, y las
zapatillas deportivas están dentro de un claro estilo retro. Las gafas
graduadas en muchos casos añaden un aspecto a la vez intelectual y moderno
propio del siglo XXI. Aparentemente se trata de una indumentaria sencilla y
económica, pero lo cierto es que en infinidad de casos tanto las prendas
como los complementos, y no digamos el calzado, son de marcas relevantes, y el
coste de los conjuntos supera con creces el precio de un traje con su camisa,
zapatos y corbata a juego. Los colores inicialmente son colores oscuros o
intensos y se huye de los más claros y limpios. Los colores claros
denotan ingenuidad y pureza, los oscuros o intensos un carácter
más marcado y un personalidad más compleja. A grandes rasgos,
este estilo se traslada a las mujeres de forma muy homogénea,
sustituyendo las camisetas sin cuello por otras de tirantes, o en determinados
casos, manteniendo la camiseta debajo de otra prenda más abierta y
femenina. El pelo, sin peinados muy elaborados, presenta melenas cortas y en
determinados casos recogidas por una cinta o goma. Los rostros de las mujeres
no presentan maquillajes convencionales sino un tratamiento estético
discreto orientado a lograr rostros limpios con ausencia aparente de pintura o
color. Por lo demás, el calzado sigue pautas parecidas al de los
varones, así como el estilo de los complementos.
En resumen, el modelo en sí expresa un perfil claro, sencillo y
fácilmente identificable. Pero también deja entrever cierta
sofisticación estética que, a la postre, lo convierte en
atractivo y aspiracional. Es decir,
tiene una complejidad mayor de lo que pueda parecer. De hecho, tiene sus
servidumbres ya que lleva más trabajo y dedicación asear y
recortar a medida una media barba que directamente realizar cada mañana
el tradicional afeitado. Lo mismo sucede en el caso de la mujer para que
presente un rostro limpio y hermoso sin recurrir a estilos de maquillaje más
convencionales. Por otro lado, encontrar complementos acordes a la
estética y combinarlos adecuadamente requiere de una mayor
dedicación. Y el coste económico, pese a toda apariencia, resulta
bastante elevado. La diferenciación y la sofisticación tienen un
precio aún traduciéndose en un estilo informal y desenfadado.
Mediante todos estos signos externos, se nos muestra un tipo de hombre
o mujer que ante todo trata de romper con los modelos existentes y marcar uno
diferenciado, basado en la modernidad y un inconformismo calculado que se
conecta a valores tan seductores como grandilocuentes tales como el ecologismo,
el pacifismo, la solidaridad y la igualdad. Ésta última entendida
como una cierta uniformidad entre individuos. Si bien hablamos de una moda en todos
sus signos externos, al mismo tiempo se trata también de una
morfología que está asociada a una ideología
política más o menos amplia y extendida que busca el modo de
apropiarse de nuevos valores e imponerse socialmente. En la base de todo este
modelo hay un equivoco mensaje de “igualdad”. Es un concepto de
igualdad muy específico. No se trata de la igualdad de oportunidades o
derechos a nivel individual sino del valor de igualdad a nivel de colectivos:
hombres y mujeres, heterosexuales y homosexuales, jóvenes y adultos. La
diferenciación entre individuos se reduce a detalles menores para que
prevalezca la uniformidad, no en el sentido más estricto, pero sí
a nivel de conjunto. El individualismo resulta contraproducente: puede permitir
a las personas llegar a sus propias conclusiones.
En lo que a la estética se refiere, los signos externos
resultan sugerentes e inspirados en modelos minoritarios ya existentes y muy
atractivos, y están acompañados de una amplia acción de
difusión que los convierte primero en tendencia y finalmente en moda. En
la parte conceptual, no es necesario asimilar y reproducir mensajes complejos.
De hecho, la mayor innovación consiste en gran medida en romper con los
procesos precedentes que implicaban una cierta acción y reacción
intelectual fruto de una elaborada reflexión y maduración. Ese es
el gran y verdadero avance, reducir el equipaje conceptual a valores sencillos
y grandilocuentes, que en la práctica actúan como signos de
diferenciación mediante la asimilación y repetición de
fáciles consignas. Pero es en esa simplicidad, la cual permite
propagarlo con gran rapidez, donde radica su debilidad.
2.- Simplicidad e incoherencia
Durante años, este modelo, junto con sus signos
estéticos, sus valores y su innegable vinculación
ideológica, ha sido reproducido en multitud de acciones de
comunicación, anuncios, actos, programas televisivos,
fotografías, reportajes y eventos. Innumerables personajes lo han
adoptado como propio y lo han exhibido en sus signos estéticos y en sus
mensajes como modelo a imitar. Y su éxito ha sido innegable, no
sólo por el nivel de propagación sino por la relevancia alcanzada
y el grado de preferencia que ha logrado sobre el resto de modelos. Sus
mensajes, aún sin posibilidad alguna de interactuar con la realidad y de
articularse de forma lógica, logran una y otra vez bloquear cualquier
cuestionamiento racional gracias a su indudable atractivo, reduciendo cualquier
discusión a cuestiones superficiales que, básicamente, se someten
a binomios elementales como bueno o malo, guerra o paz, vida o muerte,
ecologismo o contaminación, igualdad o desigualdad, solidaridad o
egoísmo, simpático o antipático, moderno o antiguo. En una
argumentación más práctica y realista, el modelo entraría
en incoherencias como es el caso de defender la vida al mismo tiempo que se
aboga por el aborto libre, o hablar de solidaridad siempre y cuando se trata de
seres humanos de otras culturas o religiones o del Tercer Mundo, mientras que
para con el vecino más cercano no existe en general una excesiva consideración,
o defender presuntamente el ecologismo cuando se ignora que fabricar una sola
placa de células solares genera una enorme cantidad de
contaminación. Es la sencillez y el atractivo inmediato los que
dinamizan al modelo. Y, al mismo tiempo, esa simplicidad lo limita produciendo
numerosas incoherencias incompatibles con su longevidad.
lang=ES-TRAD>A fin de cuentas, se trata de un modelo que, al margen de los
mensajes grandilocuentes, no es capaz de integrar otros valores vitales para el
individuo tales como el esfuerzo, el mérito personal, el trabajo y la
responsabilidad. Y no sólo es que no los incorpore, es que provoca su
extinción, liberando al individuo de esa pesada carga y
proporcionándole engañosamente la promesa de una existencia
trascendente a la vez que ausente de sacrificios. Según este modelo, un
ciudadano puede renunciar al esfuerzo y a la responsabilidad personal al mismo
tiempo que adquiere la capacidad de instaurar la paz mundial, defender la
ecología y luchar por la igualdad y la solidaridad universal. Dentro de
este modelo, cualquier individuo, sin necesidad de esfuerzo, es potencialmente
un triunfador. No hace falta el estudio y el costoso aprendizaje, no ya para
superar con éxito los retos cotidianos sino tampoco para saber cuál
es la verdadera dimensión de los problemas que ponen en riesgo a la
sociedad en la que viven, la dinámica de los mismos y sus complejas
interacciones. Es tan simple como sumarse a un modelo social determinado y, una
vez todos juntos, cambiar el mundo.
Al final, esta ventaja estratégica: la simplicidad, deviene en
error “genético” y actúa como un virus que se activa
tan pronto como el modelo empieza a reaccionar con la realidad, desmontando
poco a poco el artificio. La personas que adoptan el
modelo, sus signos externos y sus mensajes grandilocuentes, están
predestinados como todos los demás a interactuar con el entorno
más inmediato y a poner a prueba sus propias habilidades personales, es
decir: todas aquellas cualidades propias de los valores convencionales que el modelo
vigente ha extinguido. Y aquí es cuando empiezan los problemas. En un
primer momento, las carencias pasan desapercibidas y quedan enmascaradas por el
entorno que, en gran medida, está proyectado a imagen y semejanza del
propio modelo. Pero es cuestión de tiempo que uno reciba mensajes
diferentes, experimente planteamientos desde otras perspectivas y se enfrente a
situaciones cotidianas que el modelo por sí mismo es incapaz de
resolver.
Los mensajes inherentes al modelo
permiten durante un tiempo evitar cualquier cuestionamiento al imposibilitar de
raíz debates racionales, y reaccionar una y otra vez con respuestas
simples y bipolares, es decir: bueno / malo, guerra / paz, ecológico /
contaminante, moderno / antiguo. Pero, en la vida cotidiana, basar cualquier
decisión personal en discriminaciones que no van más allá
de bueno o malo, justo o injusto, ecológico o contaminante, paz o
guerra, resulta del todo imposible: se hace necesaria una formación
racional más compleja que tenga en cuenta la realidad inmediata del
individuo. El modelo en sí puede resultar muy atractivo y sugerente, e
incluso hacernos creer que detrás tiene mucho más que ofrecer.
Pero lo cierto es que esas expectativas nunca se llegan a cumplir. En el
día a día, la experiencia individual se va imponiendo y se van
definiendo los verdaderos límites. Los efectos de esta traumática
experiencia son diversos y producen a su vez diferentes reacciones. Por un
lado, están quienes limitan su adhesión al modelo a cuestiones
meramente cosméticas o interesadas que no exigen un verdadero
compromiso, mientras que en su trabajo y demás cuestiones íntimas
toman las decisiones en función de sus intereses particulares. Por otro,
están quienes, desconcertados e incapaces de racionalizar lo que les
sucede, se dejan arrastrar hacia la militancia más vehemente, o bien se
desmoronan y se transforman en individuos apáticos, que tienden al
relativismo y a rehuir toda responsabilidad. Y, por último, están
quienes poco a poco van desechando el modelo y tratando de adaptarse a la
realidad por sí mismos.