Es muy interesante que haya sido Marcos el primer evangelista, discípulo sucesivamente de Pablo y de Pedro, quien haya redactado el primer evangelio que recoge la revelación oral en boca de san Pedro para convertirse en el primer redactor del Nuevo Testamento y por tanto de la revelación escrita.
Precisamente, en el evangelio de Marcos aparece claramente que el Señor primero llamó a una multitud de discípulos, algunos de los cuales aparecen claramente reseñados en el desarrollo del propio evangelio de Marcos. Después, Jesús “escogió a los que él quiso” (Mc 3, 13), es decir, a los primeros doce, es decir, las primeras columnas de la Iglesia a quienes envió finalmente por el mundo entero para fundar nuevas iglesias y esas otras y otras, hasta los confines de la tierra.
Para Marcos también hay, según el parecer del profesor Santiago Guijarro (Salamanca 1957), catedrático de Nuevo Testamento de la Universidad Pontificia de Salamanca, dos vocaciones; la primera, al seguimiento de Cristo y, después, la posterior y definitiva al mostrar a algunos el camino de la cruz (19): “El que quiera ser mi discípulo tome su cruz de cada día y sígame” (Mt 16, 24).
Indudablemente, para Marcos, la vocación consiste en una invitación por parte de Jesús y la clave estará, por tanto, en la respuesta libre del hombre: “la vocación es diligente” (44).
En cualquier caso, la vocación conlleva un cambio de vida radical, pues se trata de vivir de amor y de vivir para amar a Jesucristo y dedicar a la vida a su seguimiento (46). Es más: “la respuesta inicial, llena de entusiasmo y decisión, se ha mantenido a lo largo de estos primeros compases del relato” (48). Indudablemente, el evangelio de Marcos caracteriza el discipulado de Cristo como “una fusión de horizontes” (58).
Enseguida, Marcos nos desvelará que la vocación es un servicio incondicionado: “El hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar la vida por muchos” (Mc 10, 45). No solo en la última cena, sino a lo largo del Evangelio, la vida de Jesús es servicio y su propia muerte redentora fue un sacrificio de valor infinito por todos y cada uno de los cristianos de todos los tiempos (91-92).
Finalmente, nos recordará que Jesús les indicó a los discípulos que fueran a Galilea, de hecho, así termina abruptamente el evangelio de Marcos. Pero, nos recuerda Guijarro, no para encontrarse con Jesucristo hombre sino para reencontrarse con Cristo resucitado y fortalecerles la fe.
Es indudable que maestros en la Iglesia nunca habrá más que uno: Jesucristo resucitado y, por tanto, los discípulos aquellos y los siguientes discípulos hasta el final de los tiempos, siempre serán discípulos del único maestro. Seguidores e identificados con el maestro.
José Carlos Martín de la Hoz
Santiago Guijarro, El camino del discípulo, Ediciones Sígueme, Salamanca 2024, 169 pp.