Hay un sentir bastante generalizado en torno a una mujer extraordinaria, como es Guadalupe Ortiz de Landázuri, una idea que surge de inmediato cuando se comenta alguna de las biografías escritas sobre ella, aunque creo que de un modo especial en la última editada: “En vanguardia”. Es la impresión de que esta santa -en ciernes- es de las nuestras, es de nuestro nivel, por así decir, tuvo las mismas luchas que muchos cristianos de la calle, empeñados en vivir cara a Dios.
Es ese descubrimiento de que Guadalupe no fundó nada, no fue mártir, no salió en los periódicos por algún hecho extraordinario. Por eso el lector sale muy reconfortado. Es verdad eso de que todos podemos ser santos. Porque ¿qué aprendemos de ella? Vemos alegría. Una alegría constante, lógica, porque está cerca de Dios, porque está pendiente de los demás. O sea, una felicidad normal, asequible, porque todos sabemos que podemos mejorar en el trato con los demás, que podemos ser más generosos. Todo es ponerse.
El gran tesoro de esta biografía es la gran cantidad de cartas que se incluyen. Muchas cartas a San Josemaría, por quien sentía un gran cariño, cartas a otras personas del Opus Dei, cartas a su hermano, etc. De manera que no estamos ante una narración de terceros, de una autora –que sin duda ha hecho su trabajo-, de unas personas que la conocieron y nos cuentan –que también hay algo- sino que conseguimos conocerla a través de lo que ella siente, piensa, lucha. Se podría decir que la visión propia es siempre subjetiva y, por lo tanto, de poco valor. Pero el lector observa coherencia.
En sus cartas se ven sus luchas. Tiene un empeño sincero por tratar a Dios, por hacer sus ratos de oración, por rezar el Rosario a la Virgen, pero se da cuenta de que cuando tiene mucho jaleo exterior en su vida, su plan de vida cristiano a veces le falla. Y se lo cuenta, con toda sencillez, al Fundador de la Obra, a quien escribe como a un director espiritual. A San Josemaría, a quien ha conocido personalmente –su primer contacto con la Obra fue una conversación con él- le tiene un gran cariño y tiene con él una gran confianza. Y le escribe constantemente, para contarle su vida, para contarle sus logros, sus batallitas. Y esas cartas, debidamente archivadas son, para nosotros, un auténtico tesoro.
Es muy sorprendente el empuje de esta mujer. Quizá sobre todo en los relatos sobre sus años en México, queda uno conmocionado con el empeño que pone por ayudar a las personas con las que se encuentra. Detecta enseguida cuales son las necesidades de la gente con quien va tropezando, sobre todo graves deficiencias en la formación. Se encuentra a gente muy buena, pero con poca catequesis. Y no se conforma con lamentarse. En ningún momento observa, sin más, los problemas que existen. Siempre la llevan a poner remedio, y, en dos o tres años, organiza las cosas para que haya centros de formación para llegar a los diversos tipos de gente, con sus problemáticas.
Nos encontramos ante una mujer feliz, porque está muy cerca de Dios, porque está constantemente pensando en los demás, porque se deja la vida por servir, porque su trato con Dios le ayuda en todo momento a descubrir las necesidades de los demás. El lector encuentra un ejemplo asequible, no una vida lejana. Por eso, este libro es gratificante y animante. Uno, fácilmente, dice: yo quiero ser como ella.
Ángel Cabrero Ugarte
Mercedes Montero, En vanguardia, Rialp 2019