Hablaba recientemente con un amigo, que dirige un club juvenil, sobre los hábitos de lectura de los alumnos de secundaria, bachillerato... Al cabo de unos días, me envió un mensaje con varias ideas que me han parecido muy interesantes y alguna, incluso sorprendente. Trataré de resumirlas, porque pienso que pueden ser útiles.
En los planes de estudios, ¿se escogen adecuadamente los libros que se obliga a leer a los alumnos? A muchos les parece una imposición aburrida que no fomenta el gusto por la lectura, sino más bien todo lo contrario. Los que leen –las chicas suelen hacerlo algo más que los chicos– tienden a optar por novelas de fantasía de escasa calidad. No se valoran los clásicos. Sobre este punto, añado yo que me ha parecido muy sugerente el libro de Luis Alberto de Cuenca Los caminos de la literatura, que se acaba de editar. Recuerdo con gozo que, en uno de los colegios en los que estudié, teníamos una clase semanal sobre El Quijote, en sexto curso del bachillerato de entonces, para mí era una de las más deseadas.
Un profesor puede hacer mucho para atraer a la lectura, pero parece que escasean los que son capaces de entusiasmar. Si se investigara sobre los hábitos lectores de los profesores, quizá nos llevaríamos algunas sorpresas poco alentadoras. Me han llegado noticias de que hay institutos o colegios donde casi se proscribe el libro de papel. Además, los planes de estudios sobre la literatura dejan poco poso, porque se quiere abarcar demasiado para el número de clases de que se dispone.
¿Se aconseja leer buenos libros en la universidad, que debería ser un foco de cultura amplio y no solo de especialización? Mi amigo, que estudió Derecho, recuerda que durante la carrera solo en una ocasión les recomendaron una obra literaria.
La lectura se comparte poco, no suele haber ambiente de prestarse libros, de comentar lo que se ha leído... Además, se le da poca prioridad, porque se prefiere cualquier otro plan para el tiempo libre. Casi se considera un lujo dedicar tiempo a leer y se dan a menudo dos extremos: el hiperactivo que no lee nunca y el que se engancha con un libro y no es capaz de interrumpir la lectura hasta que lo ha terminado, pero tampoco tiene un hábito de lectura, porque falta dosificación y disciplina. Por otra parte, la experiencia muestra que es muy difícil que los que no han leído de niños se conviertan más tarde en lectores.
Parece que se da más importancia al inglés que a la propia lengua, pero esto produce personalidades más planas, porque se pierden matices y tampoco se valora la riqueza de los otros idiomas. Hay chavales a los que les cuesta entender los textos escritos en castellano o incluso se dan situaciones tan absurdas como que sepan el nombre de una planta o de un animal en inglés, pero no en español.
No saben leer en voz alta, no se les enseña. Probablemente esta es una de las razones por las que escasean los lectores de poesía, añado yo.
Los videojuegos hacen que los niños sean menos imaginativos y, por lo tanto, menos capaces para disfrutar con la lectura, que requiere esfuerzo, en vez de que se lo den a uno todo masticadito y casi digerido.
Los padres lectores suelen transmitir esta afición y los jóvenes lectores suelen proceder de familias con un nivel cultural y humano más alto que los que leen poco. Se percibe pronto la diferencia entre los que no leen y los que leen, porque en estos se nota mayor facilidad de expresión tanto oral como escrita, mejores conocimientos, mayor madurez.
Poco puedo añadir por mi parte, opino que el asunto es muy serio porque “el descenso de los hábitos de lectura de un pueblo implica un auténtico retroceso mental de la sociedad. Disminuye su imaginación creadora, su inteligencia, su sensibilidad; el individuo es menos hombre; es menos. La sociedad declina en todas sus actividades y relaciones” (José Miguel Ibáñez Langlois: Introducción a la Literatura).
Luis Ramoneda