En la reciente carta del papa Francisco al presidente de la Conferencia Episcopal Mexicana con motivo del Bicentenario de la Declaración de la Independencia, afirma que para fortalecer las raíces es preciso hacer una relectura del pasado, teniendo en cuenta tanto las luces como las sombras que han forjado la historia del país. Esa mirada retrospectiva incluye necesariamente un proceso de purificación de la memoria, es decir, reconocer los errores cometidos en el pasado, que han sido muy dolorosos. Por eso, en diversas ocasiones, tanto mis antecesores como yo mismo, hemos pedido perdón por los pecados personales y sociales, por todas las acciones u omisiones que no contribuyeron a la evangelización. Más adelante, el papa Francisco se refiere a los ataques contra los católicos mexicanos más recientes (las persecuciones de los cristeros en el siglo XX) y a la celebración de los 500 años de las apariciones de Guadalupe en la próxima década.
No cabe duda de que el descubrimiento de América y la colonización española y portuguesa ha tenido muchísimos aspectos positivos, pero también es cierto que se produjeron abusos e injusticias. La historia suele mostrarnos la complejidad de las relaciones sociales, llenas de matices, de luces y de sombras. Reducirla a una lucha entre buenos y malos es una superficialidad.
A raíz de los titulares sensacionalistas de algunos medios de comunicación sobre la carta citada, han llovido las declaraciones, mayormente en contra del papa. Parece que se ha impuesto que todo el mundo opine sobre lo humano y lo divino, aunque sea un ignorante en la materia de que se trate. En el caso de los políticos, sorprende que se pasen el día dando su parecer sobre cualquier asunto, se conoce que la tentación del micrófono o del mensajito electrónico es muy fuerte. De haber hablado demasiado, nos arrepentimos a menudo; en cambio, de habernos callado a tiempo, raramente nos dolemos. Da la impresión de que muchos de los que han mostrado indignación contra el santo padre no se han tomado la molestia de leer antes el texto, muy breve. Opinar de oídas, sin cotejar las fuentes es una frivolidad, y de los políticos especialmente se espera que sean prudentes y justos. También resulta poco honesto lanzar titulares sensacionalistas a diestro y siniestro, poco o nada objetivos, como señuelo para los lectores ávidos de truculencias.
El daño está hecho, pero parece que nadie tiene la hombría de reconocer el error, de rectificar, de disculparse. Con motivo del jubileo del año 2000, san Juan Pablo II pidió también perdón por los errores de la Iglesia a lo largo de su historia bimilenaria, porque está formada por pecadores, que no siempre han sido o son leales a Jesucristo y a sus enseñanzas. Pienso que nadie debería escandalizarse por que la Iglesia pida perdón, puesto que esto hace más patente y atractiva la belleza de la santidad a la que se nos llama y de la que ha habido y sigue habiendo tantos ejemplos maravillosos entre los bautizados de todo el mundo.
Luis Ramoneda