La
Reciente película sobre santa Hildegarda de Bingen (1098-1179) recientemente estrenada en España, pone
de actualidad a una de las mujeres más influyentes del siglo XII. Santa Hildegarda fue Abadesa de varios conventos de benedictinas
y contribuyó desde su intensa vida de oración a la renovación de la Iglesia en la Edad Media,
especialmente de la orden benedictina. Su vida estuvo relacionada con el Papa
Eugenio III, San Bernardo de Claraval, el emperador
Federico Barbarroja, obispos etc. Sus escritos influyeron en las reformas
del Concilio de Letrán de 1147.
Desde
muy joven se incorporó al Monasterio de Disibodenberg,
bajo la dirección de Jutta de Sponheim
(+ 1136), allí vivió 35 años. A la muerte de Jutta
fue elegida abadesa del Monasterio.
Las
visiones que tenía de Dios desde su tierna infancia logró ponerlas por escrito
a lo largo de diez años (1141-1151), con la ayuda de los secretarios Volmario y Ricarda de Stade. El grueso volumen denominado Scivias (conoce los caminos), contiene
los mensajes recibidos para toda la Iglesia. En ellos como dice su reciente biógrafa,
Feldmann: "Anuncia y cuenta cómo se llega a la
salvación que todo lo restaura, para que sean seleccionados aquellos que,
aunque conocen el sentido profundo de las Escrituras, no quieren proclamarlas
ni anunciarlas" (p.49). Es decir, esas revelaciones versaban "sobre
el hombre, que necesita dolorosamente la salvación, pero que es incapaz de
salvarse a sí mismo" (p.51)
Fue
consejera espiritual, escritora, médico especialista en medicina natural
(p.135), y sobre todo: madre para todas sus monjas. Dios formó en ella una mujer
fuerte para restaurar las vidas espirituales y espolear las conciencias. Como
escribía Hildegarda: "La obediencia es el deseo
de un beso del creador" (p.161). Era exigente en su vida espiritual y
buena conocedora del alma humana: espoleaba el amor y mantenía a raya los
excesos.
En
su vida espiritual se identifico con Jesucristo y le entregó
todo, hasta los lazos de fraternidad. Como le escribía a Hartwig
el arzobispo de Bremen: "No tenemos derecho a retener a nadie a nuestro
lado. El amor no se impone, se ofrece" (p.112). Siempre vivió con el deseo de mejorar su oración (p.269).
Ante
la creciente extensión del catarismo (pp. 169-171 y
244-247), e impulsada por el amor de Dios, se impuso a sí misma la necesidad de
la reforma interior: "La conversión ha de comenzar primero en los
Monasterios y no en los grandes centros del poder, sino entre quienes viven
religiosamente" (p.248). Además se lanzó con un estado precario de salud a
hablar con valentía del mensaje de Jesucristo y su doctrina salvadora. Fue predicadora
ambulante a los setenta años (pp. 244 y ss): siempre
llamando a la Verdad (p.247)
Santa
Hildegarda tenía una gran confianza en Dios y en el
hombre, pues como decía en una carta: "el alma siempre portadora de la
vida más intensa y de una indomable energía creadora, porque se sabe amada por
Dios" (p.204). Por eso se apenaba ante los hombres que se encerraban en lo
material, en la pobre felicidad del egoísmo: "Quien no desea saber nada
más de Dios, pone fin al sentido de su vida" (p.211).
José Carlos Martín de
la Hoz
Christian FELDMANN, Una vida
entre la genialidad y la fe, ed. Herder, Barcelona 2009, 359 pp.