La naturaleza huye del
vacío. Todo está lleno de algo. Todo no, la idea de cultura que
tienen algunos tiende peligrosamente hacia el vacío.
Cuando me enteré que la
directora de la Biblioteca Nacional,
cargo político, quería quitar la estatua de Marcelino
Menéndez Pelayo por tener la desgracia de que la imagen que de él
se tiene no coincide ideológicamente con ella, debo reconocer que me
invadió una gran tristeza.
Un amigo me decía que es
muy fácil acabar en un momento con años y años de estudio
y de erudición. Estoy de acuerdo. La idea de cultura que se está abriendo
paso últimamente es que cultura es el conjunto de ideas que se producen
en mi facción ideológica, pero no el de los demás. Esto es
simplemente una aberración y síntoma de la mayor de las ignorancias.
Los cargos políticos pasan normalmente sin pena ni gloria pero la obra
de los grandes estudiosos no, coincidamos o no con ellos en sus planteamientos.
Menéndez Pelayo
(1856-1912) fue uno de esos eruditos que no solo creó escuela sino que
dio cuenta de un siglo, el XIX, en el que se forjó la España actual
en medio de tremendas convulsiones que él ayudó a entender.
Aunque sea cierto que su figura fue exaltada por
seguidores entusiastas en grado máximo, a veces con fines
ideológicos, eso no desdice de sus profundos conocimientos de la
historia y la cultura españolas.
Tal vez, esas mentes mezquinas
que desean que solo existan "los suyos" en cuestiones culturales
deberían aprender del propio talante de Menéndez Pelayo:
«Yo no soy ni he sido nunca escolástico en cuanto al
método: me eduqué en una escuela muy distinta; recibí,
siendo niño todavía, la influencia de la filosofía
escocesa, y por ella e indirectamente algo de Kantismo, no en cuanto a las
soluciones, pero sí en cuanto al procedimiento analítico. A mi
maestro Lloréns le debí no una
doctrina, sino una dirección crítica, dentro de la cual he vivido
siempre, sin menoscabo de la fe religiosa, puesto que se trata de cuestiones
lícitas y opinables.»
Este comentario de su propia
pluma debería ser suficiente para comprender su espíritu,
más cercano al del siglo XXI que el de muchos de la cultura oficial que
tratan de censurarle.
El mundo cultural español
contemporáneo se enfrenta al vacío de las mentes que se arrogan
el título de defensores de la cultura. Lo más grave es que es un
vacío buscado, dirigido y muchas veces sectario, donde la
formación y el conocimiento de la verdad ocupan un segundo o tercer
plano. Por tanto, no nos escandalicemos de que la creación
artística y literaria sea en nuestro tiempo bastante escasa en cuanto a
calidad, anodina en cuanto a sus ideas, estandarizada en cuanto a su
estética. De donde no hay no se puede sacar, como dice el proverbio. Yo,
como el maestro Aristóteles, seguiré, si me lo permiten,
sintiendo horror ante semejante vacío.
Carlos Segade
Profesor del Centro Universitario
Villanueva