Caminando recientemente por el monte, recordábamos –no sé a cuento de qué- la cruz que había en lo alto de la Pinareja, 2150 metros de altitud, bien visible desde lejos, pues tenía un tamaño considerable. De hierro, les tuvo que costar lo suyo a quienes la pusieron hace ya bastantes años. Ya no está, los iconoclastas no solo la han quitado, es que no han dejado ni rastro. Mi compañero me dijo de otra semejante en otro pico, creo que también en la Sierra de Guadarrama. En ambos casos solo queda el buen montón de piedras que sujetaban el peso.
Cada vez que llegamos a aquel lugar se me ocurre la misma idea: ¿Qué adelantarán estos vandálicos? ¿Tanto les molesta un símbolo cristiano? El símbolo más representativo de toda una civilización de siglos y siglos. El signo más patente de un Dios misericordioso que nos manda a su Hijo para redimirnos en ese tormento tremendo. Signo de bondad, de fe. Ellos no tienen fe y yo no se lo reprocho, solo me dan pena. ¿Pero qué sentido tiene arremeter contra lo que los otros creen?
Lo saben los exorcistas, que lo que más odia el diablo es la cruz. A un poseído del diablo, si se le echa agua bendita o se le acerca la cruz, se pone frenético. Quizá estos devastadores, incluso sin saberlo, están movidos por satanás. Por lo demás, la impresión que tengo siempre es que los montañeros son personas educadas, amables, que no han perdido la sana costumbre de saludar al colega con el que se cruza en las alturas. ¿Quién, entonces, quita las cruces?
Esto me hacía pensar en el empeño recurrente de “quitar la Religión” de las aulas. ¡Anda que no es antiguo! Seguramente muchos han leído esa famosa “Carta de un padre ateo a su hijo”, que se puede encontrar –buscando tal cual- en internet, que escribe Jean Jaurés, socialista francés de final del siglo XIX, y que tiene gran interés. El hijo le pide que le firme un justificante para no asistir a las clases de Religión. No le extraña al padre esta petición, pues es lo que ha vivido en su casa, pero le advierte que no le dará ese permiso, porque si no estudia religión será un perfecto ignorante.
Viene a decirle a su hijo ¿cómo puedes hablar de historia con alguien si no conoces la historia del cristianismo, que es el acontecimiento más significativo en toda la historia de los hombres? ¿Cómo puedes hablar de arte, ponerte delante de unos de los múltiples cuadros de pintores modernos sin saber nada de religión? Serás un auténtico paleto, que dirás “mira una mujer con niño”, cuando veas un cuadro de la Virgen con el Niño Jesús. La carta no tiene desperdicio, sobre todo porque está escrito por un ateo, pero sin duda un ateo culto.
Ahora parece que toca volver a esas tendencias atávicas, de inútil enrabietado que quiere hacer amigos entre los incultos. Pero de esto ya sabemos mucho, no es cosa nueva. Los que han querido quitar cruces de las aulas, imágenes de la Virgen de los ayuntamientos, procesiones de las costumbres populares, son de hace mucho tiempo. Pero las procesiones vuelven –recuerdo la procesión del Corpus Christi repuesta por Juan Pablo II después de 100 de oscurantismo- y las imágenes siguen en las casas de los cristianos. ¿Por qué hay ateos que no saben de tolerancia?
Ángel Cabrero Ugarte
Chesterton, G.K. La esfera y la cruz, Valdemar, 2005