Precisamente en esta Cuaresma tan especial del año en que vivimos llena de la terrible incertidumbre de la guerra y del horror de una masacre humana, la urgencia de la conversión personal, de la maduración del sacerdote y del cristiano para ser instrumentos de paz en el mundo, es lógico que nos replanteemos si estamos viviendo en plenitud el sacerdocio que hemos recibido.
Precisamente, san Josemaría Escrivá de Balaguer en los años setenta del siglo pasado fue dando a publicar algunas Homilías sobre temas de actualidad doctrinal en los tiempos posteriores a la conclusión del Concilio Vaticano II, de modo que llegara al pueblo cristiano una correcta interpretación de los grandes temas de la vida cristiana iluminados especialmente en el Concilio.
Efectivamente, al comienzo de la homilía “Sacerdocio para la eternidad”, san Josemaría se preguntaba por la identidad sacerdotal, una cuestión entonces muy candente, justamente cuando el propio concilio había dado una respuesta profunda y seriamente fundada en el Decreto “Presbyterorum ordinis”.
La respuesta del fundador del Opus Dei a la pregunta sobre la identidad sacerdotal nos puede ser más clara: Cristo. En efecto, escuchemos el texto recientemente reeditado de esa homilía: “¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya «alter Christus», sino «ipse Christus»: otros Cristos, el mismo Cristo. Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental” (n.15).
El realismo de esa forma sacramental es verdaderamente contundente, pues añadirá san Josemaría: “por el sacramento del orden, el sacerdote se capacita efectivamente para prestar a nuestro Señor la voz, las manos, todo su ser; es Jesucristo quien, en la Santa Misa, con las palabras de la consagración, cambia la sustancia del pan y del vino en su Cuerpo, su Alma, su Sangre y su Divinidad. En esto se fundamenta la incomparable dignidad del sacerdote” (n.16).
Precisamente, el propio san Josemaría en muchas ocasiones en su predicación oral, al referirse al “alma sacerdotal” del cristiano y en concreto del sacerdote, se ha detenido de mil modos a rememorar y desear tener los mismos sentimientos de Cristo en la cruz. Es decir, encaramarse en el madero y recordar los motivos que le llevaban a quedarse allí atado por amor a su Padre Dios y a las almas.
Inmediatamente, recordaría los cuatro fines de la Santa Misa y, por tanto a la alabanza a Dios Padre a quien daba gloria con su muerte redentora, a la reparación y desagravio por los pecados de todos los hombres de todos los tiempos, al agradecimiento a Dios por su aceptación del misterio salvífico de la Cruz que abría los puertas del cielo a los buenos hijos de Dios y, por tanto, a la impetración por la paz del mundo y la paz de las conciencias que solo puede darse en la plena identificación del “lumen gloriae” en la patria definitiva.
José Carlos Martín de la Hoz
Josemaría Escrivá de Balaguer, Escritos Varios, edición crítico-histórica a cargo de Philip Goyret. Fernando Puig y Alfredo Mendiz, ediciones Rialp, Madrid 2018, 323 pp.