Con fecha 28 de octubre se ha publicado el Informe de síntesis de la primera sesión del Sínodo de los Obispos sobre la Sinodalidad, celebrado a lo largo del mes. No es necesario recordar que en él han participado no solo Obispos, sino también consagrados, laicos y los llamados delegados fraternos que son cristianos no católicos.
El Informe consta de una Introducción y de tres Partes; las partes llevan como título: I. El rostro de la Iglesia sinodal, II. Todos discípulos, todos misioneros, III. Tejer lazos, construir comunidad. Cada una de ellas aborda distintas cuestiones -numeradas- y cada una de las cuestiones se divide en tres apartados: Convergencias, que son las aportaciones que han encontrado consenso; Cuestiones que deben abordarse para el futuro, y Propuestas. Las Propuestas son lo suficientemente amplias para no llamar la atención; algunas consideramos que ya están superadas, p.e. la mención del lector o el catequista como ministerios laicales; otras suponen recordatorios fáciles de implementar o que ya lo han sido, p.e. la constitución de los Consejos Pastorales Diocesanos; y otras son de aplicación en algunos lugares, como el acompañamiento a los polígamos que desean incorporarse a la Iglesia.
Llama la atención la forma tajante con la que el texto se refiere a la cuestión del celibato del clero latino: "No se trata de un tema nuevo en el que haya que profundizar". Supongo que es una prueba de que la Asamblea no ha estado movida por un afán de novedades, sino que pretende ser un desarrollo del Concilio Vaticano II. Desde mi punto de vista, lo más importante de la Asamblea y a lo que voy a referirme es al concepto de sinodalidad. El Sínodo comienza por reconocer la dificultad del término: "El término sinodalidad -leemos- es desconocido para muchos miembros del Pueblo de Dios, [y] causa confusión y preocupación en algunos. Entre los temores está el que se cambie la enseñanza de la Iglesia, alejándose de la fe apostólica de nuestros padres" (nº1, f)). En efecto, el extraño antecedente del Sínodo de la Iglesia en Alemania había llevado a pensar que el Sínodo de los Obispos de la Iglesia universal podría seguir un camino parecido, centrado en las novedades y asuntos conflictivos, pero si atendemos al Informe no ha sido así.
El núcleo del Sínodo ha estado -tal como yo lo veo- en el deseo de construir una Iglesia participada: "Reunirse en asamblea en los distintos niveles de la vida eclesial, escucharse mutuamente, dialogar, discernir, consensuar y tomar decisiones con una corresponsabilidad diferenciada" (nº1, h)). Una corresponsabilidad diferenciada es el límite que establece el texto para la actuación sinodal, ya que existe una Jerarquía que no ha desaparecido y siempre tendrá la última palabra.
"La práctica sinodal -continúa el texto- es la respuesta a un individualismo que se repliega sobre sí mismo o a un populismo que divide" (nº1, l)). No podemos negar que, con carácter general, en las comunidades cristianas territoriales (parroquias y diócesis) no se da esa participación comunitaria más que de un modo limitado; que tradicionalmente se han favorecido la piedad y devoción particulares con ciertos momentos para la piedad popular: procesiones y algunas festividades. Sobre el populismo podemos pensar en los grupos de presión, como los llamados Cristianos por el socialismo, que han actuado para alcanzar determinados objetivos extraeclesiales; el Sínodo propone que actúen dentro de la sinodalidad -en las asambleas- a fin de de limar diferencias, escuchar a todos y someter los particularismos al discernimiento del pueblo de Dios.
Juan Ignacio Encabo Balbín
(Los subrayados son míos).
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