Indudablemente la época del nacimiento de instituciones a través de las cuales poner en marcha la tarea de la Nueva evangelización dio paso después del Concilio Vaticano II a la época de los movimientos y nuevas formas eclesiales que tomaron el testigo de la “perenne juventud de la Iglesia” y produjeron magníficos frutos de santidad y de vitalidad apostólica.
Pasados los años, tanto las instituciones como los movimientos tienden lógicamente a institucionalizarse para proseguir la tarea, la expansión apostólica y la penetración en nuevos ambientes. La institución tiene la gran ventaja de ayudar a superar las dificultades: es cuestión de rezar, de mortificarse y de ser pacientes y constantes. Al hacerse todo previsible, es más fácil obedecer y adaptarse a la mentalidad del que manda.
Lógicamente, al cabo de un tiempo algunas de esas instituciones y muchos de esos movimientos pierden su razón de ser: han dejado de ser necesarias, pues bastaría con proseguir la tarea perenne de la Iglesia: parroquias, obras de misericordia y las Instituciones de origen divino llamadas por Dios para perdurar hasta el final de los tiempos.
Asimismo, también esas instituciones perennes llamadas a permanecer hasta el final de los tiempos han de adaptarse a los profundos cambios culturales de cada etapa de la historia de modo que permanezca la esencia del carisma y sean eliminadas otras cuestiones que ya no tienen sentido: modos de vestir, de saludarse, de relacionarse, pautas alimenticias, decoración de las casas, ornato de los templos, etc.
Por ejemplo, si actualmente hacen falta familias cristianas para sacar adelante la Iglesia y la sociedad y hace falta sacerdotes para atenderlas e impartir los sacramentos y predicarles la palabra de Dios, pues lógicamente el Espíritu Santo suscitará más vocaciones para llevar a cabo esa tarea. Por tanto, los sacerdotes recibirán en el seminario una formación intensa en cuestiones de matrimonio y familia y dedicarán gran parte de su trabajo pastoral a sostener a esas familias y darle los necesarios medios de santificación. Lógicamente, también deberán organizarse más cursos de teología del cuerpo, de antropología del matrimonio de amor matrimonial, etc.
Asimismo, llegarán las vocaciones que el Espíritu Santo suscite para sacar adelante esas otras instituciones perennes, como los jesuitas, dominicos, franciscanos, eremitas, cartujos, benedictinos, Religiosas de la Madre Teresa de Calcuta, o más orientados hacia la raíz como la prelatura del Opus Dei.
Es necesario, por tanto, tener una gran ilusión de santidad y un gran afán apostólico para mantener el espíritu abierto, una gran unidad con quien hace cabeza en todo momento y trabajar con constancia y tenacidad. Como afirmaba san Josemaría: “poner los medios humanos como si no existieran los sobrenaturales y los medios sobrenaturales como si no existieran los humanos”.
Finalmente, es preciso que quienes se dediquen a la formación de las nuevas familias y de las vocaciones recientes en seminarios o centros dedicados a esa tarea, aprendan a discernir qué desea el Espíritu Santo de cada alma y proporcionen la formación doctrinal necesaria siguiendo el Catecismo de la Iglesia Católica que es el instrumento más adecuado en este momento y según el carisma de cada institución a la que Dios Espíritu Santo dotó en su momento al Fundador y, después, a los que hacen cabeza en cada lugar.
José Carlos Martín de la Hoz