Resulta gratificante para el lector tropezar con textos que le reafirman en sus ideas y permiten desarrollarlas. La revista Aceprensa de octubre de 2024 se abre con un artículo de Josemaría Carabante en el que se pregunta si todavía quedan intelectuales entre nosotros. Para responder a la pregunta se hace necesario definir qué sea un intelectual y Carabante acude a la definición más breve: "La tarea del intelectual es pensar" (Wolf Lapenies, 2008).

En el pensador son tan importantes los principios de los que parte como los motivos que le mueven. No parten de los mismos principios -por poner un ejemplo- Platón, San Agustín o Karl Marx, aunque los tres se dedicaran a pensar. Igualmente, no todos los intelectuales han perseguido los mismos objetivos: Freud buscaba curar las neurosis, Marx la redención del proletariado y Santo Tomás la fundamentación racional del cristianismo. Es lo que el articulista denomina la "función social" o pedagógica del intelectual.

Para Carabante las características del pensador deben ser la independencia y el amor por la verdad; menciona algunos intelectuales que, a lo largo de la historia, no actuaron con independencia, como por ejemplo Gramsci cuando habla del "intelectual orgánico", al servicio de un partido político. Otros autores han denunciado a los "intelectuales sumisos", que permitieron a Hitler desarrollar políticas inhumanas como ironizó Bertolt Brecht: "Cuando vinieron a por los judíos yo no dije nada, porque no soy judío...".

El autor señala los obstáculos que existen en la actualidad para desarrollar un cierto conocimiento intelectual y estarían en el relativismo, el cientifismo y la superficialidad. El relativismo es una ideología cómoda que niega que existan verdades objetivas. El pragmatismo o cientifismo limita el conocimiento a lo púramente práctico e identifica la verdad con la ciencia. Por último, la superficialidad cultural se pone de manifiesto en las prisas, el afán de novedades y la conversación insustancial.

Una vez excluidos el ideologismo, el relativismo, el pragmatismo y la superficialidad, llega el momento de preguntarnos qué es la verdad; una pregunta que nos acerca al abismo como hizo con Pilatos cuando se atrevió a preguntar a Nuestro Señor Jesucristo "¿Qué es la verdad?" (Io.18,38), como si ambos se encontraran en una tertulia filosófica y no en el tribunal donde se iba a decidir la muerte del profeta de Galilea.

Existen distintos tipos de verdades: Una verdad intelectual que supone la coherencia entre los principios de los que parte el intelecto y las conclusiones que alcanza; una verdad moral que es la adecuación entre lo que se piensa y lo que se dice, entre el pensamiento y la acción; y hay una verdad material que trata de conocer las leyes que rigen al hombre, la sociedad y al universo mismo. El intelectual cristiano parte de esas tres realidades para descubrir algo que está por encima de ellas, algo que Platón denominó el mundo de las ideas y que el creyente conoce como el mundo del espíritu.

Juan Ignacio Encabo Balbín
Josemaría Carabante, Intelectuales ¿aún quedan?, Aceprensa nº 34.