El interesante trabajo de investigación, recién publicado por Sal Terrae, del profesor de la Universidad de Georgetown, el jesuita John W. O’Malley, acerca del Concilio Vaticano I y del clima histórico en el que fue desarrollado, comienza de una manera inusitada y sorprendente.
En efecto, no es habitual que el autor empiece por afirmar una confesión total del pecado de inconstancia, pues según nos comunica, había afirmado expresamente a varios autores y en varios ambientes que jamás escribiría sobre esa materia, lo que resultaría falso en pocos meses (295).
Era lógico que quienes le habíamos leído y publicado críticas, en general bastante aceptables y favor del autor y de sus obras sobre el Concilio de Trento y el Vaticano I, le sugiriésemos de alguna manera que completara su obra con la que ahora presentamos sobre el Vaticano I.
Asimismo, era lógico por su parte no aceptar, pues la temática del Vaticano I, parecía versar más sobre la oportunidad de verbalizar un dogma que se había vivido desde el comienzo de la Iglesia y en cuya base se apoyaba el magisterio de la Iglesia, pero el problema una vez presentado se observa que tenía mayor enjundia. Así pues, la interpretación de la Historia exige de nosotros que volvamos sobre los asuntos una y otra vez, pues parte del quehacer histórico es hacerse una composición de lugar cada vez más cabal y completa de los asuntos.
Un ejemplo bastará. En efecto, una y otra vez se amenazaban con el cisma que originaría, sin duda, las dos partes en litigio en las votaciones acerca del texto de la Constitución Dogmática Pastor Aeternus sobre la infalibilidad pontificia aprobada por unanimidad del 18 de julio de 1870.
Gracias a Dios el cisma no se produjo (231) y, poco a poco, según nos narra O’Malley con todo detalle todos los obispos que no votaron a favor de la Constitución dogmática lo fueron realizando, en su abrumadora mayoría, en los siguientes meses (234-239).
Además, hay que recordar que lo primero que hizo el Vaticano II fue clausurar el vaticano I; pues de ese modo no quedaba sujeto a ser simplemente una continuación, ni siquiera en los temas ni en los asuntos a tratar (242). De hecho, “si globalmente el Concilio Vaticano I fue una declaración contra el mundo moderno, el Vaticano II fue un acto de reconciliación con ese mundo, como expresó con especial claridad y plenitud la Constitución Gaudium et Spes” (246).
En realidad, lo que ocurrió, más que una reconciliación, que no se ha dado todavía, fue un reconocimiento de un mundo sin Dios, sin libertad y autoritario, al que se invita al diálogo con la esperanza de salvar la dignidad de la persona humana, mediante el camino del descubrimiento de que Dios es persona y que ha establecido una relación personal con sus hijos los hombres.
José Carlos Martín de la Hoz
John W. O’Malley, El Vaticano I. El Concilio y la formación de la Iglesia ultramontana, ed. Sal Terrae, Santander 2019, 311 pp.