Judíos, cristianos y musulmanes frente al Estado

Los judíos viven en la

diáspora desde hace 28 siglos. Allí donde han ido a parar han llegado pobres y

han terminado situándose. Nunca han pretendido detentar el poder, pero siempre

han vivido en comunidades cerradas. Se casan entre ellos, se apoya en el

comercio y en el trabajo, por lo que terminan formando un grupo cerrado, con

frecuencia molesto para los demás habitantes del lugar. No pretenden el poder

pero tienen un poder paralelo. Ha sido la causa de que de muchos lugares les

hayan expulsado. No tienen la culpa pero son de alguna manera culpables.

 

Los cristianos son hombres y

mujeres del mundo que viven como uno más. "Dad al César lo que es del

César y a Dios lo que es de Dios". Esta máxima debería haber servido

durante todos los siglos de historia de la Iglesia, porque es la enseñanza de

Jesucristo. Sin embargo en el momento de la cristianización del Imperio Romano se

cae en la trampa de mezclar a la Iglesia con el poder. Ya el papa Gelasio había

advertido: "La Iglesia tiene autóritas pero no potestas". La autoridad debe tenerla por su propio

ejemplo, no porque nadie se la dé de modo gratuito. Pero el poder debe quedar

siempre en manos del Estado. La confusión de estos dos conceptos ha producido muchos

disgustos. En el último siglo esta ha sido la doctrina clara, especialmente

después del Concilio Vaticano II, y la Iglesia expresa nítidamente cuál es su

función, que nada tiene que ver con el gobierno temporal de las personas.

 

El Islam nace con vocación de

poder. Desde el primer momento impone un modo de vivir sobre las personas y los

lugares. No hay ninguna distinción entre poder civil y poder religioso. La

Guerra Santa surge desde el principio como medio para llevar la fe a todos los

hombres. Cuando un musulmán emigra lo hace como persona, pero en el lugar a

donde llega, de inmediato busca la comunidad. Y esa unión entre varios

musulmanes tiene siempre una vocación de imponerse. Sus empeños de introducir

la fe y de gobernar están siempre unidos.

 

Los judíos han suspirado desde

siempre por volver a la Tierra Prometida, pero la mayoría no han vuelto,

pudiendo. Ese territorio es pequeño y poco acogedor. Los más ortodoxos sí

sueñan con una posesión exclusiva. Pero el resto viven por todo el mundo, a ser

posible en barrios propios. Esto no tiene sentido para los cristianos, que se

mezclan con todo el mundo, con afán de evangelizar, sobre todo con el ejemplo.

 

Los musulmanes, por principios

religiosos, no se mezclan, y llevan consigo unas costumbres no admisibles en la

sociedad occidental. Procuran convivir sin llamar la atención, pero piensan de

otra forma. Los planteamientos que
llevan consigo de imposición de la fe, de intolerancia en la práctica

religiosa, de falta de libertad, de desigualdad de la mujer, de poligamia,

etc., son incompatibles con la Constitución española, y con las demás europeas.

 

A las personas singulares

debemos atenderlas, como en el caso de los demás emigrantes. La caridad debe

estar por encima de todo. Pero como colectividad son enemigos, por puro

principio religioso. Habría que aprender del caballo de Troya. No se debe dudar

de la honradez de ninguna de las personas que tengo delante, salvo que haya

datos, pero sí debo exigirles el cumplimiento del derecho. Sería el colmo que

tuviéramos que modificar nuestra legislación para que ellos estuvieran a gusto.

 

 

Ángel Cabrero Ugarte

C.U. Villanueva