Es algo universalmente aceptado, el papel decisivo y esencial de la vieja Europa en la construcción de lo que se ha dado en llamar civilización occidental o lo que es lo mismo: el orden cultural imperante en el mundo moderno.
Hoy día esos países europeos occidentales junto con los de su ámbito de influencia y herederos: Estados Unidos, Canadá, Australia… siguen marcando la pauta en cuanto a formas de pensar, modas, economía, ciencia, tecnología y cultura en general. Por otro lado es evidente que junto a un claro desarrollo en muchos campos del saber y de la técnica, asistimos a un retroceso en el terreno de los valores humanos, tan importante o más para una civilización.
Sería prolijo enumerar todos los síntomas de esa decadencia. Basta con centrarnos en dos aspectos con una clara interrelación entre ellos. Me estoy refiriendo al hedonismo por un lado, y por otro a la alarmante generalización de la cultura de la muerte.
El hedonismo, esa búsqueda ansiosa sólo de lo que es placentero y la huida consiguiente de lo que requiere esfuerzo o produce dolor o contrariedad, deshumaniza al hombre y representa una gran ceguera sobre algo siempre presente en la vida humana. Sin ir más lejos los síntomas dolorosos de las diferentes enfermedades dan una idea al médico de lo que puede tener el paciente. La contrariedad y el dolor que podemos padecer en nuestro vivir cotidiano nos hacen comprensivos con los demás, a la vez que nos ayudan a madurar: siempre podemos dar sentido a lo que nos pasa en la vida. Con una actitud de huida, de búsqueda patológica sólo de aquello que apetece en un momento dado, no se da sentido a nada y se cae en un callejón sin salida de egoísmo y vacío interior.
Buscando evitar a toda costa el dolor en uno mismo o en los demás se está cayendo, también hoy en día, en una serie de ataques frontales a la vida humana. Éste es precisamente el gran frente deshumanizador en el que se está hundiendo la civilización actual.
La decisión del ser humano no puede tener más valor que la propia vida humana; por lo tanto cuando tratando de huir de un pretendido sufrimiento se decide privar de la vida a un enfermo o anciano se está socavando el valor humano esencial.
Con este hecho, además, se está trastocando el sistema jurídico occidental de derechos y deberes pues cuando se habla del derecho a morir dignamente se está admitiendo, por otro lado, la existencia del deber de otros a matar dignamente ya que alguien tiene que llevar a cabo esa “muerte digna”.
Otro tanto ocurre con el aborto provocado auténtica plaga del mundo occidental.
Parece como si una serie de estructuras deshumanizadoras, una auténtica conjura contra la vida, estuvieran calando en la sociedad de tal modo que en ocasiones su influencia puede más que la conciencia de las personas, por naturaleza abiertas a la vida.
En este sentido conviene saber que la primera ley de eutanasia de la historia fue nazi y que los argumentos hipócritas a los que se acudía (piedad, compasión) son idénticos a los actuales, pero lo más curioso es que la expresión “interrupción voluntaria del embarazo” es traducción literal del texto de la ley de aborto de la “ejemplar” etapa nazi de la historia alemana. Entre todas las violencias que se producen en una sociedad hay, lamentablemente, una gran relación y coherencia. La deshumanización de la época hitleriana se parece, desgraciadamente, cada vez más a determinadas actitudes y prácticas actuales.
Es necesaria una amplia regeneración de los valores humanos que siempre han sustentado nuestra civilización. Es urgente el fomento de una auténtica “cultura de la vida” pues sólo preservando el valor fundamental tiene sentido la defensa de todos los demás derechos humanos contemplados en las diversas constituciones y en la Declaración Universal de los Derechos del Hombre.
La responsabilidad de cada uno de nosotros, como ciudadanos del mundo europeo occidental, es grande. No olvidemos que un cambio en este sentido influirá no sólo en nuestro entorno cercano sino que repercutirá en la cultura mundial haciendo de la sociedad un espacio cada vez más respirable y pacífico.
Juan Antonio Alonso
Presidente de “Solidaridad y Medios”