La alegría de cada hijo

 

No hay ninguna madre, no hay ningún padre, que se arrepienta de haber tenido un hijo. No se arrepienten ni del primero ni del segundo ni del tercero. Y hay quien dice que el último, el sexto o el que sea, es el que más alegría les ha dado. Me da pena cuando encuentro a matrimonios que no han podido tener hijos o que solo han podido tener uno o dos. Me encuentro con frecuencia con algunos matrimonios buscando por todos los medios, de especialista en especialista, la posibilidad de tener un hijo. Pero también es verdad lo que me decía un amigo: que sea lo que Dios quiera.

Me decía la señora que me corta el pelo, con bastantes años de matrimonio, pensando ya en prejubilarse, que ella, cuando se casó, le dijo a su marido que si quería ser peluquera no podía tener hijos. Supongo que habrá encontrado grandes satisfacciones en su profesión, pero no sabe, no sabemos si lo intuye, lo que se ha perdido, sobre todo teniendo en cuenta que es uno de los fines esenciales del matrimonio, la procreación.

Hace unas décadas eran muy frecuentes las familias numerosas. En mi casa seis, mis primos más cercanos cinco, y así siguiendo. Pero también de entonces conozco quienes no pudieron tener hijos o quienes solo pudieron tener uno. Siempre ha habido de todo. Pero lo que apenas hay ahora son familias auténticamente numerosas. Llamar numerosa a una familia de tres hijos nos da un poco de risa. Hoy se casan tarde y, ya si eso, la parejita. Insisto, sin juzgar a nadie porque no soy quién para juzgar a nadie.

Pero sí soy quién para recordar a las familias jóvenes: cada hijo es fuente de alegrías. Si tienes seis hijos tienes seis fuentes de gran alegría. Y esto no es solo de hace 30 o 40 años. Hoy también hay familias de siete hermanos, de once hermanos, de seis hermanos. ¿Qué cómo se pueden arreglar unos padres con tantos hijos? Cada caso es cada caso. Para empezar, se puede leer un librito breve titulado “¡Vaya lío de familia!”, escrito por el padre y la madre, todo él anécdotas de lo que han sido bastantes años sacando adelante una familia de diez hijos.

Ni un solo deje de “¡qué agobio!” o parecido. Soluciones, modos de salir adelante con dos sueldos normales. Los regateos, los equilibrios, sabiendo que las cosas saldrían adelante, con la ayuda de Dios y con unos cálculos presupuestales de lo más fino. Con mucho cariño, mucha paciencia y buenas dotes para educar al mismo tiempo al de 3 años que al de 12, que es siempre más complicado. La lectura de esta historia hace ver esa realidad: es una maravilla tener toda esa tropa y es mucho más fácil educar, porque los hermanos se ayudan, y el mayor enseguida se responsabiliza de los que siguen.

Pero ahora, con demasiada frecuencia, parejas con más o menos buenas intenciones o convencimientos diversos, deciden esperar para tener algo más que la parejita, por cuestiones casi siempre pecuniarias. Viven muy bien y no quieren bajar el nivel. Les parece que a sus hijos hay que asegurarles una vida digna, y no se dan cuenta de que es muy difícil mejorar la calidad de vida que tienen las familias numerosas. Leí hace poco la historia de un matrimonio, ya jubilados, que, por ese empeño de tener una vida desahogada, habían retrasado tener hijos, por mantener su estatus. Tuvieron al fin uno. Y ese uno se murió con pocos años. Al llegar a la jubilación se daban cuenta de que no tenían nada, ni trabajo, ni un hijo. Y no sabían bien para que servía ese bien estar económico.

Ángel Cabrero Ugarte

Ignacio Sánchez-Carpintero, Teresa Abad, ¡Vaya lio de familia!, EUNSA 2018